La relevancia creciente de Alemania implica cambios en el peso de otros países de la UE. Desde 1989, las relaciones de Berlín con París, Londres y Madrid se han modificado sustancialmente. Serán los socios europeos quienes impulsen un liderazgo alemán más decidido.
En estos momentos, Alemania ha vuelto donde estaba hace 100 años, a la cúspide de las naciones europeas, como la economía más potente del continente a la que parece no hacer mella la crisis mundial. Pero, a diferencia de lo que ocurría en tiempos de nuestros abuelos, no compite ya por la supremacía militar con sus grandes vecinos ni se encuentra en peligro permanente de conflicto bélico, sino que ahora está rodeada de socios y amigos. Se puede decir que los alemanes han aprendido de la historia. Pero el peso de la historia oprime e inhibe a Alemania como potencia líder. Probablemente los alemanes también estén asombrados de la suerte que han tenido a pesar de las dos guerras mundiales, a pesar de la desdicha que esa doble catástrofe trajo a Europa. Y esa suerte también incluye el hecho de que el país lleve reunificado casi un cuarto de siglo y Berlín esté considerada como una de las ciudades más interesantes del mundo.
La importancia creciente de Alemania ha traído consigo cambios en la relevancia que tienen otros países dentro del conjunto europeo y el hecho de que España, en particular, no reciba toda la atención que merece. Pero aún resuena la frase que Helmut Kohl, el canciller de la unidad, pronunció frente al autor de este artículo: “Cuando cayó el muro en Berlín y ya se perfilaba la reunificación alemana, podía fiarme de cuatro hombres de Estado en todo el mundo: George Bush padre, Mijail Gorbachov, Jacques Delors y Felipe González”…