La geoingeniería es un término al que deberemos acostumbrarnos. En general, se refiere a la capacidad humana de diseñar paisajes y sistemas naturales para responder a problemas y necesidades percibidas. Digamos, por ejemplo, que se quiere establecer una ciudad cerca de un río que acaba perturbando la planificación urbana; la solución de la geoingeniería es cambiar el curso del río, en lugar del establecimiento de la ciudad. Los humanos llevamos siglos haciendo esto, con efectos especialmente graves para el medio ambiente y los ecosistemas alterados, como ilustra la periodista estadounidense Elizabeth Kolbert en su último libro, Bajo un cielo blanco. La columnista en The New Yorker y ganadora del premio Pulitzer de 2015 por La Sexta Extinción nos recuerda que nuestros impactos se acumulan en cifras asombrosas: los seres humanos hemos “transformado directamente más de la mitad de las tierras libres de hielo de la Tierra –unos 70 millones de kilómetros cuadrados– e indirectamente la mitad del resto. Hemos represado o desviado la mayoría de los principales ríos del mundo. Nuestras plantas de fertilizantes y cultivos de legumbres emiten más nitrógeno que todos los ecosistemas terrestres juntos, y los aviones, coches y centrales eléctricas emiten unas 100 veces más dióxido de carbono que los volcanes”.
Bajo un cielo blanco.
Cómo los humanos estamos creando la naturaleza del futuro.
Elizabeth Kolbert
Barcelona: Crítica, 2021
El cambio climático no es más que un síntoma de un patrón más amplio de asalto humano al mundo natural: un proceso a largo plazo de desintegración, de cosecha propia, cuyos efectos nos empujan hacia un futuro “no analógico”. En consecuencia, algunos creen que el tecnosolucionismo es lo más parecido a la salvación que podemos encontrar. De ahí la geoingeniería 2.0: grandes planes para reflejar la luz del Sol y rociar nuestra atmósfera de…