Existe un desfase entre el discurso de seguridad europeo y la furia de los cambios a las puertas de Europa. La seguridad tendrá que evolucionar hacia un sistema más abierto y socializado, fomentando relaciones cooperativas regionales y subregionales.
En su autobiografía póstuma, El mundo de ayer, Stefan Zweig recuerda una Europa que vivía en una “edad de oro de la seguridad”, las catástrofes del exterior no atravesaban las paredes bien revestidas de una vida “asegurada”. Era tal el grado de ensoñación, que los europeos no oían el ruido del mundo derrumbándose bajo sus pies. Las revoluciones en el mundo árabe, a las fronteras del continente europeo, no dejan de evocar una situación vivida una y otra vez, la última de ellas en los Balcanes.
La ‘cumbritis’ de la seguridad europea
El año 2010 acabó en un vals de cumbres celebradas entre Lisboa y Astaná–OTAN, Rusia-OTAN, Estados Unidos-Unión Europea, Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE), etcétera– en las que el futuro de la seguridad europea tuvo un papel eminente. La “cumbritis” es sin duda una de las afecciones patológicas de la política exterior contemporánea, la europea, en particular.Las cumbres son, entre otras muchas cosas, una forma de solemnizar de manera un tanto ritual la culminación de procesos de revisión estratégica que a menudo duran varios años. El objetivo declarado: adaptar las viejas organizaciones al nuevo contexto internacional, haciéndolas más útiles e influyentes en el equilibrio de poderes moderno y más visibles para el ciudadano medio que las financia. En suma, una búsqueda de eficacia, relevancia y legitimidad. Una singularidad de este ejercicio general de revisión estratégica con el que se cerró la década ha sido el replanteamiento de decisiones tomadas a partir de 1990, al final de la guerra fría, acerca de la vertebración definitiva de…