“(…) no hay más que un mundo, y aunque llamamos Mundo Viejo y Mundo Nuevo, es por haberse descubierto aquél nuevamente para nosotros,
y no porque sean dos, sino solo uno.”
Inca Garcilaso de la Vega, Comentarios reales de los incas, 1609
Nuestro mundo contemporáneo –interdependiente, más o menos integrado económicamente, mejor o peor globalizado– tiene una fecha precisa de nacimiento. Se originó en 1565 con el descubrimiento por Andrés de Urdaneta (1498-1568) del llamado “tornaviaje”, una ruta marítima hacia el Este, desde Filipinas hasta Nueva España, que unió por fin Asia y América. Con este último eslabón se culminó la ansiada ruta a Asia, cuyo desarrollo había sido jalonado por eventos de enorme trascendencia: el descubrimiento de América, la primera circunnavegación del mundo y las primeras expediciones en el océano Pacífico.
El tornaviaje y la fundación de la ciudad de Manila por Miguel de Legazpi en 1571 dieron lugar al establecimiento de una línea mercantil, conocida como el Galeón de Manila o la Nao de China, que durante casi 250 años unió China y el resto de Asia con la América española. Esta ruta transpacífica, catalizadora de intercambios económicos y culturales, no sería otra ruta de la seda, sino su continuación; en realidad una “ruta de la plata”, nombre más apropiado cuyo alcance y significación intentaremos explicar.
El hecho de que la globalización date del siglo XVI, antes de la revolución liberal, y no, como daba por sentado la sabiduría convencional, de los siglos XVIII o XIX; y que nació entre Asia y América bajo una soberanía ibérica y no anglófona, permite observar el momento actual, con una China emergente como reflejo de los siglos pasados. Este capítulo olvidado de la historia ofrece claves que permiten entender la nueva configuración del orden internacional, en el que China…