Cuanto más se abra la esfera pública a los islamistas, menos se resistirán al cambio. La amenaza no viene de la religión, sino de los que quieren reproducir las estructuras autoritarias.
Las revueltas sin precedentes que han tenido lugar en Oriente Próximo, en la llamada Primavera Árabe, constituyen un hito en la historia moderna árabe. Tras décadas de estancamiento y degradación, los jóvenes árabes han liberado a sus países de los regímenes autoritarios y autocráticos que llevaban largo tiempo en el poder. Sin embargo, la Primavera Árabe ha dado pie a un encarnizado debate sobre el papel de la religión en la esfera pública árabe. En Egipto, así como en Túnez, el debate público ha girado en torno a dos cuestiones principales. La primera es la relación que debería establecerse entre religión y política en los nuevos sistemas políticos y hasta qué punto las sociedades árabes pueden adoptar el secularismo o el laicismo. La segunda es el papel de los movimientos islamistas en la remodelación de la política y la construcción de nuevos contextos políticos en la era posterior al autoritarismo.
No es de extrañar que muchos liberales y laicistas árabes hayan sacado a relucir sus preocupaciones y reservas heredadas respecto al resurgimiento de los movimientos islamistas. Sin embargo, desde la caída de los regímenes autocráticos en Túnez, Egipto y Libia, los liberales y los laicistas no han hecho nada para convencer a la opinión pública de su programa. De forma alarmante, algunos de ellos defienden no solo la exclusión de los islamistas de la escena política sino, lo que resulta más irónico, suspender la transición democrática para impedir que los islamistas lleguen al poder.
Este artículo sostiene que la religión –utilizada como una fuente normativa de valores y de identidad más que como un texto sagrado– desempeñará una función…