La era geológica actual, denominada por algunos “Antropoceno”, se caracteriza por la capacidad de la acción humana para moldear el entorno natural. Esta capacidad está históricamente ligada a determinadas sociedades y economías occidentales, aunque recientemente han entrado en escena potencias emergentes como China e India. El resto del mundo y sus habitantes (sobre todo en África, Asia y Latinoamérica) tienen poca responsabilidad en las dinámicas ligadas al Antropoceno, aunque están sufriendo cada vez más sus dramáticos efectos.
Históricamente, los estudios han demostrado con diversos grados de certeza que, probablemente, el factor climático desempeñó un papel en el declive o colapso de algunas civilizaciones antiguas en varias regiones del mundo. En este contexto, está suficientemente demostrado que el cambio climático y medioambiental provoca grandes transformaciones en los sistemas humanos y ecológicos.
En la región de Oriente Medio y Norte de África (MENA), el cambio climático ya es una realidad que afecta a varios ecosistemas y a millones de personas, especialmente a los más vulnerables, que viven en la pobreza, creando así un estado de emergencia climática que debemos gestionar para reducir sus repercusiones económicas, sociales, medioambientales, de seguridad y geopolíticas.
Los riesgos climáticos en la región MENA: implicaciones y manifestaciones
Con el aumento de los fenómenos meteorológicos extremos y la aceleración de la degradación medioambiental, el cambio climático aumenta el riesgo de inseguridad humana en la región MENA –debido a la escasez de alimentos y agua, a los riesgos para la seguridad física y al impacto en los medios de subsistencia de las poblaciones vulnerables– y multiplica las amenazas de inestabilidad y conflictos. El cambio climático actúa también como amplificador de las desigualdades e injusticias, especialmente entre los grupos desamparados atrapados en el círculo vicioso de la vulnerabilidad social y medioambiental.
Por lo tanto, la región MENA está sufriendo cada vez más el impacto y los desafíos provocados por el cambio climático, sobre todo la subida de las temperaturas, el aumento del nivel del mar, los fenómenos meteorológicos extremos (inundaciones, sequías y tormentas recurrentes), la erosión, la desertificación, la destrucción de infraestructuras, la escasez de alimentos, agua y energía, la competencia por recursos escasos (en particular, agua y tierra cultivable), la aparición de enfermedades y los desplazamientos relacionados con el clima.
La Región MENA es la que menos financiación climática recibe
Esta emergencia climática que sufre la región MENA, en comparación con otras zonas del mundo, tiene y tendrá consecuencias muy considerables, exacerbando así los desafíos preexistentes en varios países (vulnerabilidad social y ecológica, crecimiento económico insuficiente, tensiones internas y regionales, crisis de identidad, etc.). Actualmente existen pruebas convincentes de que el cambio climático y su impacto, combinados con la contaminación, el uso no sostenible de la tierra y de los recursos naturales, la pérdida de biodiversidad y la propagación de especies invasoras, implican enormes riesgos para la seguridad humana, el desarrollo y la estabilidad en la región MENA. Es cierto que las consecuencias de estas dinámicas para los ecosistemas y las poblaciones dependen en gran medida de su situación. Sin embargo, lo que más se percibe actualmente es que las poblaciones desfavorecidas en regiones vulnerables o en situación de conflicto tienen muchas más probabilidades de sufrir los impactos del cambio climático que otras.
Más concretamente, la dinámica que ha tenido lugar durante las últimas dos décadas en algunos países MENA ha llevado a varias organizaciones multilaterales, gobernantes, investigadores y ONG a creer que las consecuencias del cambio climático, como la escasez de agua y alimentos, pueden afectar a la legitimidad de los regímenes políticos establecidos, desencadenar o intensificar los conflictos existentes y generan nuevos desplazamientos humanos, principalmente en países que carecen de capacidad de adaptación. Estos vínculos entre clima, conflictos y movimientos humanos son muy complejos porque dependen, entre otras cosas, de las condiciones sociales, políticas, culturales y económicas de un país. Actualmente, los datos disponibles sobre cómo el impacto del cambio climático interactúa y/o está condicionado por contextos socioeconómicos, políticos y demográficos para causar conflictos o desplazamientos humanos aún son limitados. Esta deficiencia hace que la acción de los actores para gestionar estos desafíos sea difícil o incierta.
Por otra parte, las desigualdades sociales, territoriales y de género y los déficit de gobernanza dificultan actualmente el fortalecimiento de la resiliencia climática y el impulso de la sostenibilidad en la mayoría de los países de la región MENA. También hay importantes aspectos culturales en la manera en que las sociedades reaccionan y se adaptan a los riesgos relacionados con el clima, ya que la cultura a menudo da forma al cambio medioambiental y social en un espacio determinado. Aquí, la cultura puede ser considerada como un factor clave que condicionará el éxito de las políticas de adaptación en un entorno muy diverso, si se precisa de forma responsable.
La región MENA ante la emergencia climática: ¿cuáles son las posibles respuestas?
El refuerzo de la resiliencia climática debe ocupar el primer lugar en los programas políticos de los países de la región. En concreto, cualquier acción desde esta perspectiva debe centrarse ante todo en la adaptación de zonas y sectores que son altamente sensibles al cambio climático, principalmente la agricultura, el agua, la energía, el turismo y las infraestructuras. La adaptación de los ecosistemas vulnerables también es vital para el desarrollo sostenible y para facilitar el advenimiento de una economía verde.
Hay que reconocer que la región MENA tiene recursos prometedores, no solo para adaptarse, sino también para mitigar el cambio climático logrando la neutralidad climática gracias, sobre todo, a su potencial de energía renovable; a la posibilidad de desarrollar sistemas alimentarios y agrícolas duraderos, resilientes y desvinculados de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI) y de la sobreexplotación de los recursos naturales; a la buena gestión de la cubierta vegetal y forestal (potencial de secuestro de carbono); y a la movilidad sostenible. Por otra parte, la posibilidad de desarrollar respuestas desde la perspectiva de los vínculos entre clima, energía, agua, ecosistemas y salud encuentra aquí el marco más favorable dado que gran parte de los desafíos que actualmente pesan sobre la región están relacionados con estos vínculos.
Es cierto que la complejidad del ecosistema regional y la tensión geopolítica dificultan la tarea, pero sigue siendo vital y necesaria para la seguridad y el desarrollo de la región. De hecho, la emergencia climática hace aún más acuciante la necesidad de diseñar y poner en marcha en todos los ámbitos respuestas a los riesgos climáticos inclusivas y orientadas a la consagración de la seguridad humana, el desarrollo, la resiliencia y la descarbonización. Acometer reformas en el plano legislativo y político, integrar el imperativo climático en las políticas públicas, revisar la articulación entre los distintos actores para lograr una mayor eficacia en la intervención, reforzar la interfaz ciencia-decisión-sociedad, promover la solidaridad y la integración regionales, desarrollar sistemas de producción y consumo sostenibles y resilientes, promover la innovación tecnológica y económica (participación del sector privado, por ejemplo) y fortalecer los sistemas de educación e investigación, etc. son acciones con gran potencial para fortalecer la capacidad de adaptación de la región MENA y su implicación en la acción climática mundial.
Por lo que respecta a la mitigación del cambio climático, prácticamente todas las Contribuciones Nacionales Determinadas (NDC, por sus siglas en inglés) de los países de la región prevén escenarios condicionados o no a la financiación externa. Por otro lado, las medidas de adaptación previstas en estas NDC están condicionadas casi en su totalidad al apoyo económico externo, lo que puede explicarse por las restricciones presupuestarias, que implican la orientación del gasto público hacia sectores y cuestiones considerados como más prioritarios. El argumento esgrimido por estos países a menudo se justifica por el hecho de que todavía dedican la mayor parte de su presupuesto y sus inversiones públicas a la gestión de cuestiones que se perciben, no siempre de manera pertinente, como más urgentes y prioritarias para el desarrollo socioeconómico y la estabilidad política.
Según el informe del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) sobre la brecha entre las necesidades y las perspectivas en materia de adaptación al cambio climático (The Adaptation Gap Report 2021: The Gathering Storm, PNUMA, 2021), aunque se están desarrollando políticas y planificaciones de adaptación en varios países (entre 2010 y 2019 se registraron 2.600 proyectos financiados por los 10 donantes principales, principalmente en África, sudeste de Asia y Oriente Medio), su financiación e implementación aún están lejos de cubrir las necesidades, sobre todo en los países del Sur, donde los costes de adaptación son de cinco a 10 veces superiores a los flujos actuales de financiación pública, y la brecha en este área sigue aumentando. Recordemos que, en 2009, durante la Conferencia del Clima de Copenhague, los países desarrollados se comprometieron a movilizar 100.000 millones de dólares anuales, a partir de 2020, para ayudar a los países del Sur, incluidos los de la región MENA, a afrontar los efectos del cambio climático a través de la adaptación y la mitigación. Diez años después, el objetivo no se ha alcanzado y acaba de posponerse hasta 2023. En 2019, los países del Norte solo pudieron aportar 79.600 millones de dólares para ayuda climática, pero las dos terceras partes se destinaron a proyectos de reducción de emisiones; la adaptación sigue siendo el pariente pobre.
Cualquier estrategia de adaptación y mitigación del cambio climático que no tenga en cuenta cuestiones de sostenibilidad y seguridad humana puede tener efectos negativos socioecológicos
En un contexto en el que las necesidades de financiación de la adaptación en los países de la región MENA están aumentando, cualquier retraso en el desarrollo y la puesta en marcha de las estrategias de adaptación hará que el coste de la inacción sea mayor, especialmente porque el riesgo de irreversibilidad es muy plausible en ciertos ámbitos (ejemplo de intrusión marina en varias regiones costeras debido a la bajada de los niveles de la capa freática causada por la disminución de las precipitaciones y la sobreexplotación de los recursos disponibles y difícilmente renovables). Por lo tanto, continuar condicionando la puesta en marcha de respuestas al cambio climático –sobre todo la adaptación, que es vital para los países de la región, pero también la mitigación que les permitirá aprovechar oportunidades prometedoras y desarrollar una ventaja comparativa– a la ayuda externa podría conllevar riesgos y carencias para los países de la región. En este sentido, invertir en adaptación y mitigación en el ámbito nacional, movilizando los medios económicos y tecnológicos necesarios y desarrollando, por ejemplo, un marco regional de acción climática, tendrá beneficios para todas las sociedades en varios planos.
Algunos expertos consideran que las diferentes respuestas al cambio climático en los países del Sur, y en este caso los de la región MENA, para ser efectivas y con vistas a la justicia climática, requieren una cooperación internacional que va más allá de las fronteras. Sin embargo, y con el fin de reducir significativamente los daños y pérdidas debidos al cambio climático y corregir el déficit de financiación para la adaptación, actualmente es urgente revisar al alza las ambiciones regionales en la materia, algo apremiante en un contexto en el que las estimaciones de las necesidades de financiación para la adaptación van en aumento en estos países. Mientras tanto, el cambio climático está multiplicando las amenazas y provocando crisis complejas y peligrosas. La gobernanza efectiva en este tema es actualmente imperativa si los países quieren evitar los peores escenarios.
Por otra parte, cabe destacar que la agenda climática en la región MENA debe ser intrínsecamente una agenda de sostenibilidad, seguridad humana, derechos humanos, democracia e igualdad social, territorial y de género. Estas diferentes agendas se refuerzan mutuamente, por lo que cualquier acción en una de estas áreas sin la otra puede conducir a resultados insatisfactorios o crear nuevos problemas. A modo ilustrativo, cualquier estrategia de adaptación que no tenga en cuenta cuestiones de sostenibilidad y seguridad humana puede tener efectos marginales o incluso negativos en los sistemas socioecológicos, generando así prácticas que son más una cuestión de inadaptación. Adaptar el sector del agua, por ejemplo, a los impactos del cambio climático con vistas a impulsar los sistemas agrícolas intensivos convencionales podría apoyar la continuidad de sistemas que sobreexplotan los recursos naturales escasos (agua, suelo, etc.) y generan contaminación por los insumos químicos utilizados. Además, estos sistemas suelen estar orientados a satisfacer las necesidades de los mercados extranjeros en lugar de a consolidar la seguridad y soberanía alimentaria de los países, así como el acceso de las personas a los derechos al agua, la alimentación y la salud.
Del mismo modo, cualquier estrategia de mitigación del cambio climático que no tenga en cuenta los aspectos, antes y después, de la sostenibilidad y la seguridad humana podrá generar impactos socioecológicos negativos. Por ejemplo, la inversión en energías renovables, si no está fundamentada en una evaluación de impacto social y medioambiental previa y durante todo el proceso, puede provocar una reducción de la seguridad hídrica y alimentaria en los territorios donde se realiza la inversión. Además, la puesta en marcha de estos proyectos de energía renovable no debe ir en detrimento de los derechos al uso de la tierra o los recursos naturales de las poblaciones locales. Lo mismo ocurre con la biodiversidad, que podría verse afectada si la inversión se realiza en una zona rica en fauna y flora o en un ecosistema que proporciona servicios vitales para las poblaciones locales. De ahí la importancia de considerar el nexo entre energía, agua, alimentos y ecosistemas como referencia para cualquier opción de mitigación en la región MENA.
Conclusión
Para concluir, se puede afirmar que el cambio climático está definiendo y redefiniendo la región MENA, lo que significa que el factor climático es aún más crucial para dar forma a las trayectorias actuales y futuras de sus países y sus poblaciones.
Para gestionar de manera efectiva el desafío climático y aprovechar las oportunidades que ofrece, principalmente en lo relativo a la reestructuración de los sistemas de gobernanza y a la revisión de las principales opciones de desarrollo y seguridad humana, los países de la región deben tomar decisiones estratégicas en esta dirección, reforzando la cooperación regional y con el resto del mundo.
En efecto, el cambio climático puede ser visto como una oportunidad que estos países deben aprovechar con vistas a desarrollar estrategias ambiciosas que permitan gestionar una serie de desafíos actuales, como la inseguridad alimentaria, hídrica y energética, la pobreza, la falta de desarrollo humano, las desigualdades, la degradación de los ecosistemas, la escasez de recursos, etc. Si llega el caso, cualquier retraso en este proceso podría provocar que en el futuro las actuaciones sean más caras o sin impactos considerables, o incluso situaciones peligrosas e irreversibles, lo que a su vez pondría en peligro la seguridad, la estabilidad y el desarrollo de esta región. /