Toda guerra es, en esencia, una confrontación violenta de voluntades opuestas sobre las que influyen factores muy diversos. En el caso de la victoria de los talibanes en Afganistán, ejemplificada con la toma de Kabul el 15 de agosto, el inquietante resultado no deriva de su superioridad numérica –apenas 80.000 efectivos frente a los más de 300.000 de las fuerzas armadas y de seguridad afganas– ni de un golpe de suerte en una batalla decisiva. En términos generales, su condición de vencedores se explica mucho mejor si se atiende a los errores acumulados por Estados Unidos y el gobierno afgano que a los aciertos de los yihadistas liderados por Abdulghani Baradar.
En el caso de Washington, además del error de adoptar una estrategia que no ha atendido debidamente a los desafíos culturales, sociales, políticos y económicos del país, es destacable la autoficción en la que se sumió desde el…