“Diez días que conmovieron a Alemania”, titulaba un semanario alemán occidental diez días después de la apertura de la frontera húngara a los refugiados este-alemanes el 11 de septiembre. Las dimensiones de la oleada de refugiados han sobrepasado toda previsión. Las manifestaciones de octubre en la RDA no han sido menos sorprendentes. Toda una literatura política había convencido a los alemanes del Oeste de que sus hermanos y hermanas de la RDA se habían “conciliado” con el régimen comunista y que, perfectamente “resignados”, habían conseguido un compromiso entre su vida privada y la fidelidad pública al sistema. Estas apreciaciones exculpatorias ya no son aceptables desde los acontecimientos del verano de 1989, que pueden calificarse de históricos. El último en agitarse, o casi el último, de los peones del juego soviético, la RDA, explota…
No, lo que hace es “implorar”. ¿Es ésta la quiebra del marxismo-leninismo, del que era encarnación el partido este-alemán, el SED? ¿Vamos a presenciar un renacimiento de la conciencia nacional alemana? Nadie duda de que el problema de la reunificación alemana se presentaría, más pronto o más tarde, a partir del momento en que el régimen alemán oriental perdiera su razón de ser marxista y comenzara a asemejarse a una democracia liberal parecida a la de Bonn. No se ha llegado aún a ese punto. De momento, la oposición este-alemana pide libertad: elecciones libres, libertad de expresión y de información, libertad de salir del país para viajar y posibilidad de disfrutar de los frutos de su trabajo.
La reunificación alemana no aterroriza a los demás europeos tanto como hace una decena de años. El Gobierno Kohl nos garantiza una Alemania reunificada no hostil a Occidente y una reunificación que no se llevaría a cabo sin el acuerdo de los occidentales. Pero es evidente que todo canciller alemán…