En Irán, la mujer es el gran motor del avance hacia el cambio. La insumisión no viene de ayer. Hace 50 años, cuando Mohamed Mossadegh trataba de deshacerse del sah, cosa que no logró, y quiso nacionalizar Anglo-Iranian Oil Company, cosa que logró, las mujeres iraníes reclamaban ya, con no poco riesgo, el puesto que aquella sociedad les negaba. Los iraníes y sus vecinos iraquíes fueron llamados por Bismarck los prusianos de Asia.
Irán, 1.650.000 kilómetros cuadrados y 74 millones de habitantes, tiene la extensión territorial de España, Francia, Benelux y Alemania juntas. Su tasa de inflación, en 2008, ha pasado del 27 por cien (extraoficialmente, del 42 en la cesta de la compra). Irán, tercer país del mundo en reservas de gas y cuarto/quinto en petróleo, ingresó en los últimos tres años, 210.000 millones de dólares. Eran los primeros años de Mahmud Ahmadineyad. En los ocho años de Mohamed Jatami rozó, sin alcanzarla, esa cifra.
A partir de 1979, la República Islámica restableció el derecho absoluto del hombre frente a las reformas que, en esto sí, habían introducido los hombres del sah en la legislación civil. En los años de Jatami, 1997-2005, el gobierno no insistió para que la policía impusiera el obligatorio velo protector. Los más fanatizados insistían en la tentación, siempre al acecho. Muchos habitantes del planeta ven síntomas de obsesión individual o colectiva en ese modo de encarar la relación hombre-mujer. El problema es que las mujeres iraníes no aguantan más. Con su peso en la enseñanza y sobre todo en la universidad, en la economía financiera y real, y en el comercio y el bazar, parecen decididas a resistir. La protesta contra el régimen clerical es, en buena parte, la protesta de las mujeres. ¿Quién hay frente a esos casi 38 millones de ciudadanas iraníes?…