El secuestro de tres jóvenes israelíes a manos de extremistas palestinos el 12 de junio en el área autónoma de Hebrón fue el detonante de la última espiral de violencia en Oriente Próximo. El ejército israelí ponía en marcha la operación Volved Hermanos con la intención de rescatarlos –a pesar de que las grabaciones telefónicas registradas apuntaban a que ya estaban muertos o al menos malheridos– y de llevar ante la justicia a los perpetradores.
Dado que la operación se circunscribió en un primer momento a Cisjordania, el nivel de contestación y de violencia social fue bajo, especialmente por la falta de interés mostrado por la Autoridad Nacional Palestina (ANP). Hacía apenas 10 días que la organización para la Liberación de Palestina (OLP) y Hamás habían pactado la formación de un gobierno de unidad nacional compuesto por tecnócratas que en espacio de seis meses debía celebrar elecciones legislativas y presidenciales, para así dotar de mayor legitimidad democrática al proyecto nacional palestino.
El hallazgo de los cadáveres de los tres chicos el 30 de junio y el subsiguiente asesinato por un grupo de extremistas israelíes de un joven palestino del barrio de Shuafat provocaron disturbios por todo Jerusalén oriental. También, aunque de menor intensidad, tuvieron lugar enfrentamientos en algunos de los puntos de fricción de Cisjordania, como el paso de Qalandia, la prisión de Ofer y las inmediaciones de la base militar de Bet El. Algunos analistas incluso llegaron a especular con la hipótesis de que comenzara una tercera intifada, rápidamente refutada por las acciones de las fuerzas de seguridad de la ANP, que sofocaron la revuelta en eficaz colaboración con sus contrapartes israelíes, en aplicación de la llamada “coordinación de seguridad”.
Así, el ejército israelí aprovechó la oportunidad para detener a casi 500 miembros de Hamás en Cisjordania. Entre ellos,…