La humanidad marcha hacia la primacía del Derecho. Pero es necesario partir de la realidad como es. Tal es la exigencia americana después de la conquista de Irak. Desde que Estados Unidos se convirtió en potencia hegemónica, los grandes presidentes —Franklin Roosevelt, Harry Truman, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy— han empujado en la dirección del Derecho, en el control de la fuerza, lo cual tiene mérito cuando EE UU tiene la fuerza. La tradición ha llegado hasta los últimos presidentes, Bush padre y Bill Clinton. El genuino creador de la ONU es Estados Unidos.
Hoy nos hallamos ante un paréntesis: una etapa en la que la extrema derecha ha conseguido puestos destacados de poder mientras el presidente de EE UU trata de mantener su pragmatismo, con simplicidad tejana unas veces, con silencio maquiavélico otras. La tesis oficial americana tiene tres componentes: primero, el Consejo de Seguridad ya no es útil para contener la fuerza (las Naciones Unidas, declara Bush, “se van borrando en la historia como una inefectiva, irrelevante sociedad de debates”; para otros autores americanos, ha sido la aparición de EE UU como poder unipolar, y no la crisis de Irak, lo que ha erosionado poco a poco a la ONU). Segundo, Washington quiere tener las manos libres para lanzar guerras preventivas cuando se crea en peligro. La Carta de las Naciones Unidas no autoriza los ataques anticipativos. Tercero, el concepto de ataque preventivo no sólo separa a los occidentales de los no alineados, sino que aleja a EE UU de sus aliados.
Una gran cuestión parte de ahí: el Derecho internacional ¿lo han de promulgar los estados nacionales o las organizaciones transnacionales? EE UU tiende a no reconocer fuentes de legitimidad fuera de su Constitución. La voluntad de los estados de reconocer su práctica consuetudinaria como fuente…