La suerte ha querido que en el último año haya realizado cinco viajes a la Unión Soviética, en períodos de tiempo casi iguales. Y cada vez la penuria general me parecía más grave. Hace un año aún se veían en los escaparates de las tiendas de alimentación productos de primera necesidad, aunque de escaso surtido; en septiembre de 1990 toda falta, incluso el pan y los cigarrillos. Sin embargo, además de visitar tiendas, he podido observar el trabajo de numerosas empresas industriales y me ha sorprendido su buen funcionamiento, higiene y preocupación por la eficacia.
Desde entonces, una cuestión me preocupa: ¿cuáles son las razones profundas de la penuria generalizada en la URSS?
Examinemos primero algo en apariencia simple: ¿cuánto vale un rublo?
Un viajero recién llegado a la Unión Soviética respondería con dificultad a la pregunta. Hay múltiples respuestas: la cotización oficial, válida en las relaciones internacionales es de 0,6 rublos por un dólar americano. Sin embargo, la cotización turística, también oficial, que por eufemismo llaman “rebajada”, es diez veces inferior: en cualquier hotel se puede cambiar un dólar por seis rublos. Pero en cuanto el viajero se aventure solo por las calles de Moscú, le acosarán jóvenes cuyas ofertas serán aún más seductoras: 15 ó 20, incluso 25 rublos por un insignificante billete verde.
Sin embargo, no hay que precipitarse con un cesto de rublos, adquirido por tan poco dinero, a las tiendas cuyos escaparates vacíos sobrepasan con mucho, la ligera idea que tienen los occidentales de la penuria: los escasos objetos accesibles están invariablemente reservados a los residentes moscovitas, bajo presentación del pasaporte interior.
En realidad, las autoridades han puesto todos los medios para evitar que los extranjeros gasten sus rublos. Hoteles, vuelos interiores de Aeroflot, alquiler de coches, servicios de fax y télex, buenos restaurantes, cadenas…