La medianoche del 10 de noviembre de 2020 entró en vigor un pacto negociado por Rusia que ponía fin a seis semanas de combates entre armenios y azerbaiyanos por la disputada región de Nagorno-Karabaj. El pacto confirmaba una victoria azerbaiyana, que revertía por completo las conquistas armenias en la década de 1990 de unos territorios de extensión similar.
La declaración tripartita de nueve puntos firmada por el primer ministro de Armenia, Nikol Pashinián, y los presidentes de Azerbaiyán, Ilham Aliyev, y Rusia, Vladímir Putin, no es un acuerdo de paz en sentido pleno. Es un arreglo a medio plazo que estipula la devolución de los territorios azerbaiyanos ocupados por tropas armenias, la reapertura parcial de rutas de comunicación, la creación de un corredor terrestre entre Karabaj y la república de Armenia a través de la localidad de Lachín, y el despliegue de una fuerza de paz rusa de 1.960 hombres en los nuevos frentes definidos por el conflicto. El mandato de la misión rusa tiene una duración inicial de cinco años y puede prorrogarse, pero también puede expirar oficialmente si una de las partes –posiblemente Azerbaiyán– ejerce su derecho de veto.
Hay mucho que ganar desde el punto de vista humano en un acuerdo que da, a más de medio millón de azerbaiyanos desplazados, la posibilidad de regresar a las siete regiones ocupadas por las fuerzas armenias desde 1994. Pero el acuerdo penaliza a los civiles armenios. Alrededor de 30.000 armenios de Karabaj fueron expulsados de sus hogares por la ofensiva militar azerbaiyana, y no es probable que quieran volver a vivir bajo el dominio de Bakú.
El conflicto ha provocado amargura en una nueva generación de armenios y azerbaiyanos. Se calcula que la cifra de muertos en tan solo 44 días de combates supera los 6.000. El precio más…