POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 24

La OTAN tras la cumbre de Roma

Manfred Woerner
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Vivimos una época extraordinaria. Ninguna generación anterior en la historia ha sido testigo de tan conmoción a escala mundial y tan rápida, ni ha tenido que hacer frente a problemas tan tremendos en su intento de construir un futuro sólido y seguro. Ya no es el cambio la excepción, sino la regla, y no sólo en determinados países o regiones, sino, mediante un efecto dominó, en todo el mundo, desde Latinoamérica hasta Sudáfrica, desde Europa central y oriental, al Oriente Próximo; y ahora, con las consecuencias más dramáticas y de más alcance de todas, en la Unión Soviética. En el pasado, los períodos revolucionarios o las reordenaciones importantes del sistema de Estados han significado prolongados períodos de desorden e incluso caos. Azote de la humanidad han sido las guerras para promover o para evitar los movimientos revolucionarios, las migraciones masivas, el hambre, el odio técnico e incluso las matanzas. El simultáneo y espontáneo hundimiento de tantas ideologías, alineamientos y estructuras de poder que durante décadas fueron nuestros inmutables puntos de referencia debería, según los precedentes pasados, hacernos tener algo incluso peor. Sin embargo, en esta ocasión, las tendencias que subyacen a todos estos dramáticos acontecimientos me hacen esperar algo mejor.

El fracaso del golpe en la Unión Soviética es, en este sentido, no sólo un gran alivio para la política de cooperación de nuestra Alianza. Representa la oportunidad de integrar a esta potencia en la comunidad internacional. En el pasado, Rusia, y después la Unión Soviética, podía pertenecer periódicamente a algún concierto europeo, como la Santa Alianza que subsiguió á las guerras napoleónicas, o a una coalición bélica, como vimos entre 1941 y 1945. Sin embargo, Rusia fue siempre totalmente distinta de Occidente en lo político, lo económico y lo social. Ahora, por primera vez en su historia, los pueblos…

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