POLÍTICA EXTERIOR  >   NÚMERO 129

La OTAN tras la cumbre de Estrasburgo-Kehl

Antonio Ortiz
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La Alianza Atlántica empieza un complejo pero necesario proceso de reflexión sobre su razón de ser. Dos asuntos marcarán el debate aliado y su resultado sobre un nuevo concepto estratégico: la guerra de Afganistán y la relación con el este de Europa, en especial con Rusia.

Como tantos puentes fronterizos, la Passerelle des Deux Rives, que se levanta sobre el Rin entre Estrasburgo y Kehl, quiere ser la metáfora de la superación, el emblema de la civilidad que desconoce fronteras. El puente une a dos países que se han despedazado mutuamente a lo largo de la historia y cuya reconciliación es hoy el soporte principal de la construcción europea. La escenificación de la cumbre del 60º aniversario de la OTAN, organizada conjuntamente por Francia y Alemania, el 3 y 4 de abril, quería ser rica en símbolos y significados. Se buscaba una celebración familiar –la de una familia un tanto desavenida–. Un reencuentro que reflejara la importante contribución de la Alianza a la reconciliación franco-alemana y a la cohesión europea, 20 años tras la caída del muro de Berlín y el final de la guerra fría.

El puente como superación y también como unión entre las dos orillas, símbolo del vínculo transatlántico. Se reflejaba así el momento propicio de las relaciones entre Estados Unidos y Europa, favorecidas por una constelación de acontecimientos favorables. La elección de Barack Obama, firmemente comprometido con el multilateralismo, tras un segundo mandato de George W. Bush sin duda más predispuesto hacia la OTAN, la reintegración de Francia en la estructura militar integrada, el deshielo de las relaciones con Rusia, el espaldarazo norteamericano a la Política Europea de Seguridad y Defensa en la pasada cumbre de Bucarest o el encauzamiento del Tratado de Lisboa.

Sin embargo, no todo es oro en el Rin. La OTAN hace…

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