Despacio, probablemente de manera imperceptible para muchos, una revolución silenciosa está teniendo lugar en los dos últimos años en el seno de las Naciones Unidas. Se está reenfocando el papel que debe tener la organización en materia de desarrollo y en la promoción de la paz. Durante la mayor parte de su existencia, el trabajo de la ONU ha estado estructurado en torno a tres pilares: uno relacionado con la paz y seguridad, el segundo con los derechos humanos y un tercero con el desarrollo, cada uno articulado de manera independiente.
Diferentes organismos de la ONU, con distintas especialidades, entidades y grupos de especialistas y técnicos, con diversos intereses y apoyo por parte de distintos Estados miembros, se han encargado de cada pilar por separado. No era esta la intención de la Carta de la ONU de 1945, que reconoce claramente la interrelación entre los tres pilares. El artículo 55 de la Carta establece que la promoción de niveles de vida más elevados está destinada en parte a crear “condiciones de estabilidad y bienestar necesarias para las relaciones pacíficas y amistosas entre las naciones, basadas en el respeto al principio de igualdad de derechos y al de la libre determinación de los pueblos”.
Sin embargo, incluso estando los Estados miembros de acuerdo en la necesidad de buscar simultáneamente la paz, el desarrollo y los derechos humanos, no han dejado de estructurar el trabajo, en gran medida, mediante esfuerzos independientes, mal coordinados entre sí, cuando no solapados o incluso contradictorios. Un buen ejemplo es la Declaración del Milenio, adoptada por la Asamblea General de la ONU el 8 de septiembre de 2000. En ella se incluyen distintas secciones que cubren los tres pilares del trabajo de la organización, pero se hace muy poco hincapié en su interacción, más allá de realizar…