Durante siete años y medio he asistido al presidente en la dirección de la tarea más difícil de la Tierra. Ronald Reagan me pidió y recibió mi franqueza. Nunca me pidió, aunque sí recibió, mi lealtad. Los que conocen al presidente Reagan y han prestado oídos a sus palabras entenderán la lealtad que le he prestado todos estos años.
Pero ahora hay que verme por lo que yo soy: el candidato republicano a la presidencia de los Estados Unidos. Y ahora me dirijo al pueblo norteamericano para hacerle partícipe de mis esperanzas, de mis intenciones y de por qué y dónde quiero ejercer mi liderazgo.
Pero voy a intentar ser ecuánime con el otro lado. Voy a intentar no abusar de mi carisma; rechazo la tentación de incurrir en referencias personales. Mi planteamiento esta noche es ir, como decía el sargento Joe Friday, “a los hechos, señora, solamente a los hechos”.
Después, de todo, los hechos están de nuestro lado.
Quiero la presidencia por una única razón; una razón que ha movido a millones de norteamericanos a lo largo de muchos años, que ha hecho cruzar océanos. Quiero la presidencia para construir una América mejor. Así de simple y así de grande.
Soy un hombre que concibe la vida en términos de misiones definidas y de misiones cumplidas. Cuando yo era piloto de avión lanzatorpedos, definían nuestra misión antes de despegar. Todos entendíamos que, por encima de cualquier otra circunstancia, había que tratar de alcanzar el blanco. He tenido otras misiones: el Congreso, China, la CIA, pero la tarea más importante de mi vida es la de culminar la misión que iniciamos en el año ochenta. Y ¿cómo vamos a hacerlo? Pues afirmándonos en la base que hemos creado.
Es mucho lo que está en juego en esta ocasión, y…