A veces, la elección del momento es un desastre. En circunstancias normales, el 28 de junio debería haber sido un día señalado para cualquier persona implicada en los intentos de la Unión Europea por forjar una política exterior más unificada y significativa. Fue el día en que el Consejo Europeo, en Bruselas, adoptó la flamante Estrategia Global sobre Política Exterior y de Seguridad. Pero después de que, el 23 de junio, el referéndum sobre el Brexit sellase la salida de Reino Unido de la UE, las circunstancias no eran normales, así que los jefes de Estado y de gobierno tuvieron poco tiempo para el documento de 60 páginas presentado por la alta representante, Federica Mogherini. Le dieron el visto bueno y pasaron a otra cosa.
Este tratamiento superficial de la nueva estrategia es comprensible, pero también revelador. A los gerifaltes políticos de los Estados miembros no podría importarles menos un documento que no se sentirán obligados a acatar. Pero también es muy injusto que no le hicieran ningún caso al texto. Porque lo que la jefa de política exterior de la UE y su equipo han estado elaborando durante casi dos años es un documento europeo extraordinariamente reflexivo y rico. Sería aconsejable que los dirigentes de la UE estudiasen de verdad el documento al que han dicho sí.
La nueva estrategia es uno de los pocos textos europeos de su género cuyas ambiciones no provienen de una especie de fe abstracta en la idea de la integración, sino de una necesidad acuciante. La hipérbole –y en el texto hay hipérbole– no resulta tan rancia como de costumbre. El documento debería interpretarse como una señal de que sus autores han comprendido la extrema gravedad de la sombría situación geopolítica de Europa. No emplean palabras altisonantes para adormecernos, sino para despertarnos. Puede…