La propensión secular del alma rusa a la mística está en el origen de la extraordinaria fuerza espiritual de los rusos, pero también de una fe ardiente en los milagros y en los que hacen milagros. En el siglo XX en Rusia han sucedido acontecimientos increíbles para Rasputín1 y Lenin, para Stalin y Lyssenko2, para Gorbachov y Kaohpirovski3.
La fe en los milagros es finalmente la fe en las soluciones fáciles e inmediatas. Así era la fe de la revolución, en el advenimiento rápido del comunismo (bajo Kruchev). Hoy estas creencias han quedado totalmente obsoletas, sustituidas por una fe absoluta en una divinidad nueva: el mercado. Desde hace aproximadamente dos años la prensa soviética alaba la introducción rápida del mercado para suplir mecanismos económicos oxidados, que respondían mejor o peor a las necesidades del imperio soviético antes de la desbandada. De la misma manera que hace sólo unos años desprestigiaban automáticamente a Occidente, los medios soviéticos borran hoy sus verdaderos problemas (recesión, paro, contradicciones NorteSur, etcétera) y cantan las glorias del capitalismo, llamado púdicamente “economía de mercado”.
La fe en las virtudes milagrosas del mercado queda patente en planes ultra rápidos de estabilización económica, como el famoso “plan de 500 días”, que propuso hace un año el economista Shatalin y que apoyaron entonces altos funcionarios e intelectuales liberales.
Antes del abortado golpe de Estado, algunos grupos conservadores, concretamente comunistas y nacionalistas rusos, ponían a la sociedad en guardia contra esta nueva panacea: el mercado. Constataban que el capitalismo soviético, o ruso, ucraniano o azerí, no se parecería al modelo occidental, sino más bien al de un país indigente del Tercer Mundo, de población miserable y pasiva, dotado con una burocracia inepta y rapaz, y agobiado por mafias poderosas y bien organizadas. Sin embargo, estos negros…