Poderoso, débil y parcial, Washington ha perdido capacidad y legitimidad para resolver los conflictos que asolan la región.
Es un lugar común afirmar que sin el liderazgo de Estados Unidos no será posible alcanzar la paz entre israelíes y palestinos. Tanto israelíes favorables a la solución de los dos Estados, como miembros de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), sionistas liberales en EE UU o europeos bien intencionados, todos repiten que sin Washington no se puede lograr una negociación.
La historia y las razones de la actuación de EE UU en este conflicto, la autonomía que ha alcanzado Israel, junto con el apoyo irrestricto que Washington le provee, la inhibición política europea y las divisiones e intereses en el mundo árabe van en contra de esa verdad aparente. Mientras se espera que EE UU sea un mediador imparcial, el conflicto se torna más difícil de resolver, y la diplomacia internacional queda atrapada en una inercia que beneficia a la ocupación israelí.
Recientemente el nuevo gobierno sueco prometió reconocer el Estado palestino, el Parlamento británico votó en favor de ese reconocimiento y el gobierno francés ha insinuado que podría ir en la misma dirección. También hay rumores de que antes de dejar la Casa Blanca, el presidente Barack Obama haría un último intento de presentar un marco de negociación ante las Naciones Unidas. Pese a la importancia simbólica de estas reales o posibles iniciativas, ninguna de ellas afectará a la ocupación del territorio palestino. La reciente guerra de Gaza y las manifestaciones de miembros del gobierno israelí, incluyendo el primer ministro Benjamin Netanyahu, indican que no tienen ningún interés en negociar una solución de dos Estados. Israel se siente suficientemente seguro económica, política y militarmente como para no ceder a presiones.
Parte de la seguridad israelí proviene del contexto…