El XIX Congreso del Partido Comunista Chino (PCCh), como todos los congresos nacionales, viene a solucionar el asunto más delicado y difícil de la política china: la sucesión en el poder. La composición de los siete miembros que integran el comité permanente del politburó es la decisión de más trascendencia política tomada en un quinquenio. De esta lista de nombres se colige el posterior reparto del poder atendiendo a los grupos, sensibilidades y áreas geográficas que engloba la organización política más numerosa del mundo: el PCCh. Una entidad a la que cada vez resulta más difícil categorizar como partido y aún más como comunista, a pesar de que conserva este apellido con el que honra a sus ancestros revolucionarios.
La conclusión general del XIX Congreso, celebrado entre el 18 y el 24 de octubre de 2017, fue que la sucesión se ha llevado a cabo con éxito y, sobre todo, con una desconcertante –por no esperada– normalidad. Aquellos miembros del politburó que por edad debían retirarse lo han hecho cediendo el paso a otros nuevos. No ha habido sorpresas, ni imprevistos, ni vaivenes políticos. No se han cumplido los augurios más tremendistas que preconizaban alteraciones en la dinámica política de los congresos. Wang Qishan, el jefe de la lucha anticorrupción, de quien muchos decían que no dejaría el puesto aun habiendo cumplido la edad de retiro, ha dejado paso a su sucesor. No ha habido escándalos políticos equiparables al prendimiento de Bo Xilai, ni los escándalos financieros de familiares de miembros del antiguo politburó, que hicieran tambalear un ápice la celebración del congreso de 2012.
El éxito de la celebración del XIX Congreso supone un paso más hacia la normalidad e institucionalización de la política china, una senda marcada por Deng Xiaoping para la era posrevolucionaria del partido. La normalización…