La lucha por el poder en Europa
En La lucha por el poder, Richard John Evans, el historiador y profesor de la Universidad de Cambridge conocido por su trilogía sobre el Tercer Reich, traza un recorrido por la historia europea desde el final de las guerras napoleónicas hasta el preludio de la Primera Guerra Mundial. Un tour de force de un millar de páginas que trata lo político, lo socioeconómico y lo cultural de un siglo XIX abordado tanto desde el gran angular de los grandes hechos como desde el primer plano de lo cotidiano.
El eje central del libro es el poder como instrumento central de la época, cómo tanto las élites como los más humildes buscan obtenerlo y ejercerlo. A lo largo del siglo se dan una serie de cambios muy rápidos que hacen que todos busquen tomar control sobre sus vidas.
Las numerosas muertes provocadas por las guerras napoleónicas, la miseria y las epidemias resultaban el denominador común en Europa. Tras la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo, su sombra siguió pesando en el continente. Había llevado a las potencias europeas a tomar acciones conjuntas con carácter preventivo, sentando las bases para acciones posteriores. Esto fomentó la colaboración entre los Estados europeos, que se materializaría en un sistema de congresos y conferencias. Este sistema de relaciones internacionales se materializó en una red de instituciones cuyo objetivo era resolver a través de la cooperación pacífica los conflictos. Esta idea de concierto europeo normalizó la reunión entre los países europeos para limar sus diferencias.
Además, la influencia de Napoleón había dado lugar a una mayor eficacia en la administración, reclutamiento de tropas y recaudación de impuestos, favoreciendo el fortalecimiento de los modernos Estados-nación. La racionalización y uniformidad sustituyeron a costumbres y privilegios y se extendió la burocratización. Además, el poder de la iglesia se redujo dando pie a un proceso de secularización.
Tras el periodo napoleónico se dio un prolongado tiempo de paz durante la segunda mitad del siglo XIX. Entre el Congreso de Viena y el estallido de la Primera Guerra Mundial hubo un número limitado de guerras en el continente, específicas y cortas,la mayor parte de las cuales acabó en tratados. Así, el sistema de congresos y conferencias funcionó hasta el estallido de la Primera Guerra Mundial.
La monarquía se mantuvo a flote, pero no el absolutismo. Las revoluciones trajeron reformas constitucionales de corte liberal moderado. Se dio lugar a la emancipación limitada de grandes sectores de la población oprimida, como las mujeres y la clase trabajadora, a través de la organización y el desarrollo de sindicatos y huelgas. Encontramos el germen del Estado del bienestar y la creciente popularidad de las políticas de izquierdas. Varios países habían instituido ya el sufragio universal de los varones antes de que acabara el siglo y el campesinado había empezado a movilizarse políticamente.
A través de relatos de personas anónimas a modo de espectadores de la época, Evans nos sitúa en contexto de una época de cambios. A través de sus experiencias, el autor nos acerca al paulatino control del ser humano sobre la naturaleza, el progreso en forma de innovaciones tecnológicas, la globalización del tráfico de mercancías y la difusión de la información por las mejoras en el transporte.
El fin de los imperios europeos en las Américas, la unificación italiana y alemana y la modificación del equilibrio de fuerzas con el dominio británico de los mares y el comercio sentaron las bases de una nueva relación hegemónica de Europa con el resto del mundo.
El deseo de alcanzar el poder y ejercerlo de los noveles Estados-nación que ansiaban ser potencias mundiales, frente a las aspiraciones pasadas de gloria u honor se canalizaron a través de la difusión de una serie de ideologías nacionalistas y racistas que justificaban la dominación de otros territorios basándose en la superioridad europea.
La consolidación del Estado-nación moderno y las identidades basadas en una lengua escrita con la expansión de la educación elemental y el desarrollo de la prensa popular asentaron las bases para la carrera imperialista. Se da un despertar religioso que hizo cuanto pudo por contrarrestar los efectos de la secularización. Las organizaciones misioneras aprovecharon la hegemonía global de Europa para embarcarse en actividades de evangelización en todos los continentes, reforzando el imperialismo. También se dieron actividades de expolio y saqueo de objetos culturales y obras de arte de numerosas partes del mundo. Europa añadió grandes territorios a los que ya controlaba. Su presunción de superioridad sustentaría la espectacular expansión de los imperios europeos.
Pero las rivalidades internacionales se intensificaron a medida que la expansión de las posesiones europeas en ultramar empezaba a provocar choques entre las potencias europeas. En los años anteriores al comienzo de la Primera Guerra Mundial se dio una reactivación del crecimiento económico que venía a reflejar la creciente demanda de armas por parte de los gobiernos como parte de la ambiciosa carrera imperialista.
Finalmente, el estallido de la Primera Guerra Mundial puso fin a un siglo de hegemonía europea sobre el resto del mundo y al sistema de resolución de conflictos pacífico que había regido las relaciones internacionales.