El presidente de Estados Unidos haciendo tratos con el presidente ruso a espaldas de Europa: este es solo uno de los problemas de los que la Unión Europea podrá despreocuparse por un tiempo, gracias a la victoria de Joe Biden. Por un tiempo, porque el trumpismo ha sido derrotado pero está lejos de haber sido destruido; no cuando Donald Trump ha sobrepasado el 47% del voto popular. Más de 73 de los 150 millones de votantes estadounidenses están de acuerdo con las propuestas de Trump –o con las suficientes como para haber votado por él– o, si no las comparten, de algún modo abominan hasta tal punto de una posible presidencia demócrata que se tapan las narices y votan por Trump.
Si el Partido Republicano queda en manos de individuos como el secretario de Estado, Mike Pompeo, convencidos de que en EEUU el presidente está por encima de la ley y de que puede imponerla también fuera del territorio nacional, muy bien podría ganar la Casa Blanca en las elecciones de 2024 otro líder populista y autoritario. Probablemente, cualquier futuro mandatario trumpista será mucho más peligroso que el propio Trump, desde el momento en que, más allá de los tuits y las veleidades, se muestre capaz de traducir los instintos políticos de aquel en método y estrategia.
Así pues, sería bastante miope por parte de la UE renunciar a su objetivo de autonomía estratégica. La Estrategia Global de la UE estableció formalmente esta meta en junio de 2016, cuando aún se creía que Hillary Clinton ganaría las elecciones estadounidenses de aquel año. En efecto, la búsqueda de la autonomía estratégica no fue una reacción a la victoria de Trump, y no debe abandonarse debido a su derrota electoral. Se trata de un proyecto europeo para las próximas décadas, no sometido…