Autor: Maha Abdelrahman
Editorial: Routledge
Fecha: 2015
Páginas: 162
Lugar: Londres

La larga revolución egipcia

Elisabetta Ciuccarelli
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Si bien seguían constituyendo “un acto excepcional de coraje”, antes del 25 de enero de 2011 las protestas eran ya un elemento “normal” del día a día de los egipcios, tanto para aquellos que las integraban, como para los que eran simples observadores, puesto que constituían la única forma que tenían para expresar sus demandas. Maha Abdelrahman, una de las mejores conocedoras de la sociedad civil, oposición y movimientos sociales en el Egipto contemporáneo, nos ayuda a entender el largo camino que durante la primera década de los años 2000 recorrió la sociedad civil egipcia hasta llegar al 25 de enero. Y nos ayuda a hacer este viaje utilizando, entre otros, los instrumentos de análisis de los movimientos sociales.

La autora de Egypt’s long revolution. Movements and uprising busca las raíces en lo que denomina la “desnaserización” del Estado egipcio que empezó con el Infitah de Sadat y culminó con Mubarak, sobre todo a partir de 2004, con el nombramiento de Ahmed Nazif como jefe de gobierno. Precarización del trabajo, privatización de empresas públicas en favor de monopolios u oligopolios privados, revisión de la ley que regulaba el arrendamiento de tierras, instauración de un régimen de tasación regresivo fueron algunas de las medidas de “desposesión” que pretendían cambiar la naturaleza del Estado para convertirlo en un Estado neoliberal. Todo esto gracias al ascenso de una nueva clase política forjada alrededor de Gamal Mubarak, responsable de la reestructuración del Partido Nacional Democrático (NDP, en sus siglas en inglés). Como explica Abdelrahman, los egipcios acabaron por darse cuenta de que no eran medidas transitorias, sino que la base de las relaciones Estado-sociedad estaban siendo restructuradas en su perjuicio. La discrecionalidad otorgada al Ministerio del Interior para generalizar la represión a todo tipo de oposición, y trasladarla desde las celdas o las comisarías de policía a las calles, funcionó como medida disuasoria.

En este contexto, las protestas en favor de la Segunda Intifada en Palestina del año 2000 y, más tarde, la oposición a la invasión de Irak representaron un giro para la oposición egipcia y se erigieron como las piedras angulares del activismo en el Egipto contemporáneo. En los primeros años, los objetivos de la movilización no eran internos, sino que se dirigían a las estructuras de poder global. Esto les permitió lograr un cierto grado de “tolerancia” por parte del régimen, así como conectar con movimientos similares a escala internacional, en particular el movimiento antiguerra y el Global Justice Movement, con el consiguiente intercambio de ideas y aprendizajes. Progresivamente, el movimiento contra la guerra se convirtió en movimiento prodemocracia, caracterizado por la colaboración entre grupos y activistas de diferentes tendencias ideológicas, por una pertenencia fluida y móvil entre grupos y de corta duración. La autora explica cómo la cooperación fue una necesidad táctica resultado de las debilidades tras años de represión: ninguno era lo bastante fuerte en solitario como para constituir una amenaza. La plétora de grupos que se constituyeron en esa década, la movilidad de sus integrantes y, en algunos casos, su corta sostenibilidad fueron elementos que les permitieron sobrevivir a la represión del régimen.

El libro destaca también cómo la “narración” de los medios de comunicación internacionales se centró en los jóvenes de los movimientos prodemocracia: urbanos, de clase media y altamente digitalizados. Esta descripción pecó al no otorgar el peso justo a las luchas de los trabajadores del sector industrial, en primera instancia, a los que se acabaron uniendo también funcionarios y profesionales de clase media. El éxito de la movilización de 2011 reside precisamente en haber movilizado no solo a clases medias, sino también a los trabajadores, parados, ciudadanos y pobres urbanos que jamás antes habían participado en política.

En su largo recorrido, el movimiento egipcio creó nuevas formas de organización política, trasladó las protestas de los círculos underground a la calle, amplió los confines de la actividad política, apostó por demandas políticas más ambiciosas y constituyó una plataforma de formación para jóvenes activistas. Estos, en poco más de dos semanas, se convirtieron en revolucionarios, justo en el momento en que formaciones más estructuradas como los Hermanos Musulmanes e instituciones como el ejército tomaban las riendas de la transición. Finalmente, la contrarrevolución en la que se encuentra Egipto hoy protege l’ancien régime y el modelo de Estado neoliberal a cambio de una limitada representatividad. Pero, tal y como concluye el libro, ¿por cuánto tiempo?