El mundo se prepara para lamentar, en su trigésimo aniversario, el peor desastre nuclear de la historia: la explosión y fusión parcial del reactor de la central de Chernóbil el 26 de abril de 1986. No obstante, quizá haya algún motivo para la celebración, pues la semivida del cesio 137, el más perjudicial de los isótopos radiactivos liberados durante el accidente, es justamente de 30 años. Este es el isótopo de mayor esperanza de vida de los que pueden afectar al organismo humano por exposición o ingestión. Otros ya cumplieron su constante de semidesintegración: el yodo 131, a los dos días; y el cesio 134, a los dos años. El cesio 137 es el último superviviente de esa mortífera terna radiactiva.
Los turoperadores europeos ofrecen ya viajes a Chernóbil desde Bruselas, Ámsterdam o Berlín al módico precio de 479 euros. A los visitantes se les promete una visita segura, cómoda y emocionante al lugar en que la noche del 26 de abril de 1986 explotó un reactor , poniendo punto final a una etapa de la historia e inaugurando otra. Quedaban atrás la era primitiva en que la energía nuclear se encontraba aún en desarrollo y también un sistema sociopolítico que se reveló menos eficaz que el de sus rivales desde el punto de visto económico, y más imprudente en cuanto al uso de la energía nuclear durante la guerra fría. Ese sistema no era otro que el comunismo y el Estado que lo encarnó fue la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS). El desastre de Chernóbil marcó el principio del fin de la superpotencia nuclear mundial, que apenas cinco años más tarde se desintegraría, condenada por la ineficiencia de sus sistemas económico y administrativo. Dicha ineficiencia, en efecto, quedaría plasmada en el desastre de Chernóbil y en los movimientos…