Una vez finalizadas las guerras napoleónicas, tuvo lugar el Congreso de Viena, entre septiembre de 1814 y junio de 1815. El emperador Francisco I de Austria había convocado, a instancias de su canciller, Klemens von Metternich, a monarcas y plenipotenciarios europeos. En este foro Austria, Francia, Inglaterra, Rusia y Prusia diseñaron un mapa de Europa que estableció al mismo tiempo el nuevo orden internacional que, con ligeros cambios, pervivió en Europa durante un siglo.
La Europa posnapoleónica de 1815 que dibujó el congreso definió a su vez un equilibrio a cinco, que reposaba en la existencia de cuatro poderes continentales, Francia, Austria, Prusia y Rusia, más uno excéntrico e insular, Gran Bretaña, que compensaba con su dominio marítimo la relativa ausencia en tierra firme europea. La parte continental se caracterizaba por la existencia de dos potencias periféricas, Francia y Rusia, que encerraban a Prusia y Austria, inevitablemente a la greña por el reparto de un espacio donde el cruce nación, Estado, dinastía y realidades económicas hacían muy difícil cualquier subsistema independiente. Ese espacio, que la política del equilibrio europeo llamaba a racionalizar, comenzó a conocerse en el siglo XIX como Mitteleuropa.
El episodio de Los Cien Días, entre marzo y mayo de 1815, hace ahora 200 años, en el que Napoleón Bonaparte logró escaparse de su destierro de la isla de Elba, no pudo dar marcha atrás a los acontecimientos. Para Austria, la victoria sobre Napoleón supuso la recuperación de los territorios de 1792, excepto los Países Bajos y algunas de sus posesiones en Alemania, así como la anexión de algunos nuevos. El imperio austríaco emergió como una unidad sólida que mantuvo su influencia en los asuntos de Alemania, y obtuvo un gran prestigio como Estado-presidente de la nueva Confederación Germánica.
En este congreso extraordinario las cancillerías europeas intentaron volver…