La gigantesca marejada política que ha roto sobre Europa oriental desde la apertura del muro de Berlín, el jueves 9 de noviembre de 1989, representa, sin duda, tanto por su amplitud y su fuerza, carente de toda violencia, como por sus repercusiones ulteriores, un magno acontecimiento que ha cambiado radicalmente, si no la faz del mundo, sí por lo menos la de Europa para muchos años.
Aunque su ocasión y sus modalidades eran imprevisibles, su carácter explosivo podía haberse previsto con certeza, y hace ahora veinte años, en 1969, analizando la evolución comparada del mundo occidental y de los países del Este, escribí1:
“Hace años que estoy convencido de que, de una manera o de otra, las sociedades del Este están en vías de profunda transformación, porque la realidad fundamental de hoy, en el Este, es una inmensa aspiración de millones de hombres a la libertad, que años y más años de opresión bajo un dogal asfixiante han hecho cada vez más deseable…
La liberalización en el Este no ha hecho sino comenzar en la realidad de las cosas, pero existe ya en los espíritus y en el corazón de decenas de millones de seres humanos. Nada podrá detenerla. La revolución liberal, a cuyos pródromos asistimos desde hace algunos años, es irreversible, y a cierto plazo, explosiva.”
En realidad, todas las sociedades comunistas son hoy políticamente inestables, no sólo Polonia, Hungría, Alemania oriental y Checoslovaquia, sino también la Rusia soviética y la China comunista.
Los acontecimientos de estas últimas semanas han dado lugar a una oleada inmensa de comentarios que, sin duda, lo han dicho ya todo, pero en los que ciertos aspectos, y sobre todo sus relaciones recíprocas, no han sido quizá suficientemente despejados.
En la situación actual, cuando los acontecimientos parecen precipitarse, ¿en qué certidumbres podemos…