Fukushima ha acentuado los problemas que lastra la energía nuclear desde sus orígenes. Hoy las opciones parecen claras: o un importante despliegue de nuevas centrales que vaya más allá de la sustitución del parque actual, o el cierre planificado de las centrales actuales.
Seis meses después del potente terremoto y del devastador tsunami que provocaron la fusión de los núcleos de tres reactores de la central nuclear japonesa de Fukushima Dai-Ichi, siguen aflorando las graves consecuencias que tendrá ese accidente para la economía y la población japonesas. Unas consecuencias que han convulsionado la industria nuclear y que han reavivado el debate en todo el mundo, llevando a algunos países a reconsiderar, y en algunos casos cancelar, sus planes nucleares. En España, el accidente de Fukushima ha tenido escaso eco en la esfera política y social, pero no por ello se puede permanecer al margen del debate. En las circunstancias actuales, actuar suponiendo que la energía nuclear podrá seguir siendo una componente importante de nuestro mix energético futuro, como si nada hubiera ocurrido, y sin hacer nada para prepararnos para su probable declive global, sería, a mi juicio, cometer una imprudencia temeraria…