El balance de la guerra contra el terrorismo ha demostrado ser desastroso. Por eso, frente a la amenaza del EI, es necesario más que nunca dar prioridad al enfoque político y diplomático.
Nunca en su historia había vivido Francia, en una sola noche, unos atentados tan mortíferos: 130 muertos, un centenar de heridos graves y otros tanto leves. Nunca había sufrido unos atentados suicidas. A diferencia del ataque contra el semanario Charlie Hebdo y contra la tienda kosher en enero de 2015, los objetivos de estas acciones fueron unos lugares públicos elegidos no por su carácter simbólico, sino porque estaban muy frecuentados los viernes por la noche y se podía causar en ellos un gran número de víctimas. El país se vio sumido en un estado de parálisis tanto por la magnitud del acontecimiento como por el hecho de que se tenía conciencia de que los atentados podían reproducirse en cualquier momento y en cualquier lugar del territorio. Todo el país se siente amenazado, el dolor de la población es inmenso, y también el miedo.
La reacción de las autoridades no se hizo esperar. Se declaró el estado de emergencia, y el Parlamento lo prolongó durante tres meses casi por unanimidad; se prohibieron las manifestaciones; se puso a más de 300 personas bajo arresto domiciliario, entre ellos militantes de la izquierda ecológica; se llevaron a cabo centenares de registros, la mayoría de ellos relacionados con personas vinculadas a bandas organizadas y a asuntos de drogas, en viviendas, en sedes de asociaciones y en mezquitas. Aunque la mayoría de la población las aprueba, estas medidas han suscitado críticas entre las organizaciones de derechos humanos. Sin embargo, como decía el titular del diario Le Monde del 3 de diciembre, “La excepción se va a convertir en la norma”.
Los partidos políticos…