La batalla de las ideas sigue más viva que nunca. La historia, como ha reconocido el propio Francis Fukuyama, no ha acabado todavía. Vivimos una época donde aún quedan grandes debates que celebrar, grandes causas por las que pelear. Como la mejora de las condiciones de los millones de trabajadores en las fábricas del siglo XXI, donde la globalización marca la pauta, para bien y para mal. O la lucha global por los derechos de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales, perseguidos sin cuartel desde Moscú hasta Harare.
Todo parece indicar que no hay rival ideológico para el ideal de la democracia liberal y los derechos humanos, a pesar de la creciente (y preocupante) fascinación por el modelo chino de capitalismo autoritario. Pero sigue sin haber un acuerdo definitivo sobre cuestiones centrales de la convivencia humana. Sobre el modelo de democracia; sobre el papel del Estado y la distribución de la riqueza; sobre legitimidad y representatividad, o sobre la mejor manera de proteger los derechos humanos. Socialdemócratas, posmarxistas, utilitaristas, libertarios de izquierdas y de derechas, neoconservadores, nacionalistas, comunitaristas, multiculturalistas, feministas, ecologistas, cosmopolitistas, estatistas y una largo etcétera: todos exponen sus ideas, mientras las protestas populares arrecian, en una viva reedición de la clásica dialéctica entre autoridad estatal y contestación ciudadana.
Porque los Estados, por supuesto, siguen ahí, juez y parte de los asuntos nacionales y las relaciones internacionales. En estos momentos, uno de los expedientes clave en la mesa de las cancillerías de las grandes potencias es el dossier iraní. El 24 de noviembre de 2013, Irán y los “5+1” lograban un acuerdo, parcial y provisional, pero acuerdo al fin y al cabo, sobre el programa nuclear iraní. En esta nueva etapa que inaugura Ginebra, Obama se juega su imagen histórica, pero Rohaní y su gobierno están jugándose la supervivencia política….