Recrear un hito histórico en una exposición es un reto complicado. Si éste se prolongó durante casi tres décadas, vino precedido por dos devastadoras guerras mundiales y sus consecuencias aún se dejan sentir tanto en la geopolítica como en la vida y la memoria de millones de personas, la dificultad crece considerablemente. Así, la exposición “El muro de Berlín. Un mundo dividido”, que desde el 9 de noviembre ocupa la sala Castellana de la Fundación Canal en Madrid, propone un amplio recorrido (2.500 metros cuadrados) con múltiples bifurcaciones que pretenden abarcar una historia que rebasa los confines de la capital alemana.
La barrera de hormigón que en 1961 la República Democrática Alemana, bajo dominio soviético, decidió erigir para tratar de detener la fuga de ciudadanos al Oeste es el punto de referencia para aproximarse a un largo y complejo episodio de la historia global. La exposición arranca con las imágenes de los informativos que el 9 de noviembre de 1989 cubrieron la caída, de forma pacífica, de aquel traumático Muro. Las siguientes salas retroceden para entrar en los antecedentes: la Primera Guerra Mundial, la revolución rusa, la Segunda Guerra Mundial y esa Alemania de posguerra absolutamente arrasada, con un Berlín que los soldados rusos pelearon casi esquina por esquina y en el que, a la vez que abrían teatros y repartían comida, se ejercía una sistemática violencia sexual contra las mujeres, se araba en el centro mismo de la ciudad y se abrían campos de refugiados, mientras estadounidenses, británicos y franceses iban delimitando sus zonas.
Aunque se muestran los contundentes bloques de hormigón que partieron finalmente Berlín –entre otra mucha memorabilia– lo que narra esta exposición no es solo la brutal e insólita barrera que marcó de forma infranqueable la escisión entre Este y Oeste, sino la Guerra Fría, la bipolaridad, y el enfrentamiento entre los Aliados tras la Segunda Guerra Mundial. No se trata de un ejercicio de nostalgia a lo Good Bye, Lenin!, –aquella película de Wolfang Becker estrenada hace ya 20 años–, ni de la reconstrucción del estado de vigilancia al que la STASI sometía a los ciudadanos del Este de Alemania, como retrataba La vida de los otros (2007), tampoco del genial y delirante análisis que ofrecía Billy Wilder en Uno, dos tres (1961), pero esta exposición tiene algo que la acerca a una narración audiovisual.
El diseño de “El muro de Berlín. Un mundo dividido” se asemeja a un recorrido a pie por un largo documental histórico. La audioguía que se incluye en la entrada (y parece casi obligatoria) es la voz en off de esa película, en la que van surgiendo importantes actores secundarios, reproducciones de fotografías y documentos, gráficos, u objetos, algunos de los cuales resultan un tanto aleatorios.
«El ejercicio de memoria colectiva que esta exposición propone no está de más, en este tiempo en que se vuelve a hablar de muros»
Desde el abrazo de Torgau de 1945 entre los soldados vencedores rusos y estadounidenses de la contienda, hasta el viaje a la Unión Soviética para alentar la paz en los años ochenta de la niña Samantha Smith, la exposición va ampliando el contexto hasta casi perder de vista el Muro.
Se detiene, por ejemplo, en la carrera espacial y nuclear (los ensayos y los refugios que se construyeron en EEUU a medida que el movimiento de protesta y el pavor a la aniquilación total cobraba fuerza), o la represión y paranoia que afectó a las dos superpotencias enfrentadas, desde la purga estalinista contra los médicos hasta el Comité de Actividades Antiamericanas y la persecución de guionistas en Hollywood. Pero es en Berlín y en la historia directa de lo que significó la partición donde esta exposición, organizada por la Fundación Muro de Berlín, tiene sus mejores momentos.
Los testimonios de quienes vivieron con esa brecha, la guerra blanda que a través de, por ejemplo el jazz, libraban las dos potencias, o el enrevesado entramado de espionaje y agentes dobles que se movían por Berlín, resultan interesantes y originales. El ejercicio de memoria colectiva que esta exposición propone no está de más, en este tiempo en que se vuelve a hablar de muros y permite recordar el dolor implícito en toda barrera. •