La guerra fría y el arte de la diplomacia
La vida del diplomático estadounidense George F. Kennan, el primer gran teórico y práctico del realismo en su país y de la doctrina de la contención del comunismo, estuvo marcada por paradojas. Sus mayores éxitos fueron la contracara de sus fracasos. Sin embargo, 119 años después de su nacimiento, sus teorías y predicciones sobre las relaciones internacionales, especialmente entre Estados Unidos y Rusia, tienen una fuerte vigencia. Foreign Affairs, Foreign Policy y el Financial Times les han dedicado recientemente análisis en el marco de las tensiones entre grandes potencias.
Kennan centró gran parte de su carrera como diplomático, estratega y académico en Alemania y, especialmente, Rusia, país por el que sentía una profunda admiración. Entre la década de 1930 y su fallecimiento en 2005 produjo numerosos documentos internos, artículos, libros y asesorías a varios presidentes de su país. Su obra cubre la historia rusa, la política de y entre grandes potencias, el uso de la fuerza, y el arte de la diplomacia. La impresionante biografía política y personal que ha escrito Frank Costigliola (Universidad de Connecticut), autor también de la valiosa edición de los diarios de Kennan, da cuenta de todo ello, y de la compleja personalidad de un conservador en el ámbito privado y liberal en lo político, superdotado, y melancólico de otras épocas de las que le tocó vivir.
En 1946, Kennan escribió desde Moscú un “largo telegrama” (5000 palabras) y al año siguiente un artículo en Foreign Affairs (“The Sources of Soviet Conduct”), firmado como “X”. Impactado por las purgas y asesinatos en la URSS, hizo un duro diagnóstico del poder soviético y sus intenciones expansionistas y trazó las grandes líneas de la futura política de contención del comunismo. Para entonces había tenido puestos de responsabilidad en las embajadas de EEUU en Lituania (1931), Moscú (1933), en Checoslovaquia cuando fue invadida por los nazis (1938-1939), Alemania (1941) (donde estuvo seis meses aislado), Lisboa (cuando era sitio de tránsito de judíos europeos hacia EEUU y centro de espionaje), Londres, y Moscú desde 1944 a 1946 y, más tarde, como embajador entre 1951 y 1952.
Formó parte de las negociaciones sobre la guerra de Corea (1951-1952) y abrió un canal diplomático para la crisis de Berlín de 1961. Ya fuera de la vida diplomática, en 1966 testimonió en el Senado contra la guerra de Vietnam, proponiendo negociar con la URSS para terminarla, y se opuso al desarrollo y crecimiento de los arsenales nucleares.
El “largo telegrama” y el artículo en Foreign Affairs fueron piezas claves para la política de presión militar que Washington puso en marcha hacia la URSS y que se prolongó hasta su desaparición en 1991. La tragedia de Kennan, que le atormentó el resto de su vida, fue que poco después de escribirlos, comenzó a criticar la aplicación militarista de su propuesta y la falta de voluntad de diálogo y negociación de los dirigentes estadounidenses hacia Moscú que llegaría a generar, en sus palabras, “una anomalía geopolítica” en Europa.
Kennan argumentó que la contención no era sinónimo de carrera de armamentos, sino una combinación de medidas políticas, económicas, diplomáticas y militares para frenar a Moscú. La cuestión era el futuro de Alemania: que se retirasen las tropas aliadas de su territorio, se unificase y se asegurase su neutralidad. Por su parte, la URSS colapsaría por sí misma, predijo con acierto. Como indica Costigliola, Kennan se ocupó “de las dos cuestiones fundamentales de la guerra fría: quién controlaría a Alemania y cómo controlar las armas nucleares. En ambos casos, hizo propuestas para contener el conflicto y no para escalarlo”.
Expandir la Alianza Atlántica, tanto en los años 50 como después del final de la URSS, sería percibido por Moscú, argumentó en las dos ocasiones, como una amenaza. Al disolverse el Pacto de Varsovia, consideró que sería “el mayor error de la post guerra fría”, e “inflamaría las tendencias militaristas, nacionalistas y antioccidentales rusas dentro de su frágil democracia, y provocaría pasos atrás en las negociaciones sobre armas nucleares”. Cuando Rusia invadió Ucrania en febrero de 2022, el teórico realista John Mearchheimer retomó provocativamente esa crítica.
«Brillante, arrogante, ambicioso y atormentado, cuestionó a sus superiores, incluyendo a presidentes de su país»
En el Council on Foreign Relations explicó en 1989 que la doctrina de la contención fue “una gran artificialidad”, una manera “indeseable y militarista de mantener la estabilidad”, con peligro de guerra nuclear, que distrajo a Europa y EEUU de enfrentar cambios en el mundo. Finalizada la guerra fría, propuso avanzar hacia una estructura de seguridad europea que incluyese a Rusia, con EEUU como actor secundario, y sin armas nucleares.
Brillante, arrogante, ambicioso y atormentado, cuestionó a sus superiores, incluyendo a presidentes de su país. Fue el creador y primer director del Policy Planning Staff en el departamento de Estado, y renunció a sus puestos cuando consideró que no era escuchado. Pero también formó parte de decisiones que no compartía, o que posteriormente no compartió, como las operaciones encubiertas contra los partidos comunistas en Europa después de la Segunda Guerra Mundial.
Crítico de las armas nucleares y vanguardista medio ambientalista (desde una perspectiva romántica de relación con la naturaleza y crítica de la industrialización) tenía una concepción elitista y restringida de la democracia al tiempo que su alta política no incluía al mundo colonial y post colonial. Sin embargo, condenó casi con 100 años las invasiones de Afganistán e Irak.
La proyección futura
La forma en que Kennan concebía la relación con la URSS tiene importantes ecos en las relaciones actuales de EEUU y Europa con Rusia y China. La contención era una vía para que Moscú accediera a complejas y largas negociaciones, especialmente sobre Alemania y sus ambiciones en Europa. Para otros funcionarios en Washington, la presión militar serviría para que Moscú se rindiese incondicionalmente. Como explica Costigliola, esos funcionarios y políticos consideraban que “la guerra fría era útil para acorralar a los aliados y mantener obedientes al Congreso y a la opinión pública”.
A diferencia de quienes identificaron la guerra fría con el Siglo Americano, Kennan no creía en grandes estrategias, y no era partidario de los imperios. Influido por la lectura de la historia y declive del imperio romano de Edward Gibbon, pensaba que EEUU tenía muchos problemas internos para aspirar a ser imperio. Escribió que para EEUU era más desafiante ejercer “la moderación en las intervenciones internacionales que la fuerza”. Respecto de la URSS nunca creyó “que pudiese ser un imperio como el británico”, sino que estaba “destinada a la desintegración”.
En las últimas tres décadas de su vida, a este diplomático que tuvo una cátedra permanente en la Universidad de Princeton, le obsesionaba que sus ideas sobre la URSS y Rusia, y sus discrepancias sobre la forma en que se había conducido la guerra fría, quedaran fielmente recogidas para futuros estudiosos. Pactó con el historiador John Lewis Gaddis que escribiese su biografía. Gaddis accedió a más de 300 cajas de documentos, 20.000 páginas de su diario personal y largas conversaciones con él. El resultado, George F. Kennan: An American Life (Penguin, 2011), publicado después del fallecimiento del diplomático, no hubiese sido totalmente de su agrado ya que obvia en gran medida sus críticas a las políticas de la guerra fría, a las armas nucleares, a la guerra de Vietnam, y a su convencimiento de que la URSS estaba dispuesta a negociar a fines de los años 40.
Anticomunista pero no antirruso, patriota pero no imperialista, y alérgico al nacionalismo, diseñó análisis y propuestas infructuosas entre 1948 y 1988, explica su biógrafo, que trazan “una historia alternativa de la guerra fría” y los beneficios que habría tenido para el mundo que fuese de otra manera. Kennan nos dejó dos enseñanzas, dice Costigliola, sobre la guerra fría del siglo XX para disminuir las “explosivas tensiones del siglo XXI”. Primero, que “los conflictos que parecen imposibles de resolver pueden ser susceptibles de acuerdos más de lo que parecen”. Las duras posiciones de las partes son “el precio de salida” de largos procesos de negociación. Segundo, que “la paz en el siglo XXI requiere aceptar que Rusia, como EEUU, tiene sus legítimos intereses de seguridad. Y dado que Moscú se autojustifica con que tiene una misión de expansión nacional, necesita ser tratada mediante la diplomacia y el balance de poder”.