La guerra del fin de los tiempos
Decenas de miles de hombres y mujeres han dejado vidas cómodas y privilegiadas para unirse a su causa, y matar por ello. Para ellos, el califato es un cumplimiento de la profecía y el único lugar en la tierra donde pueden vivir y morir como musulmanes. Sin embargo, desde Occidente existen dos formas principales de malinterpretar al grupo autodenominado como Estado Islámico. Una es pensar en él como un movimiento que nada tiene que ver con la verdadera religión del Islam, si esta es entendida como una religión de paz. El partidario más consecuente de esta opinión fue Barack Obama. La otra forma de concebirlo es pensar que el Daesh es simplemente la expresión más extrema de la religión islámica, en el extremo opuesto de un espectro político radicalizador que incluye a los Hermanos Musulmanes en Egipto, al movimiento palestino Hamás y a Al Qaeda, entre otros. El presidente Donald Trump se adhiere a esta opinión. Graeme Wood, en La guerra del fin de los tiempos, rechaza ambas interpretaciones.
Como periodista y profesor de Ciencia Política en Yale, Wood conoce ampliamente el tema, además de haberlo sufrido en sus propias carnes. Testigo directo de un atentado terrorista suicida en Mosul en 2004, Wood quiso tratar de comprender mejor la motivación de los grupos islámicos que han desempeñado un papel tan prominente en el Oriente Próximo y más allá en las últimas décadas. En 2015, su artículo “Lo que ISIS realmente quiere” publicado en The Atlantic, ha sido el más leído en la historia de la revista.
Wood explica que el Estado Islámico es un movimiento profundamente arraigado y conocedor de las principales fuentes islámicas: el Corán, los hadith (dichos y hechos del profeta Mahoma) y algunos de los principales teólogos musulmanes. Según el autor, no se trata de una corriente al final de un espectro, sino un movimiento político-religioso verdaderamente novedoso dentro de la historia del Islam, muy distinto incluso de sus vecinos más cercanos –en la esfera política, Al Qaeda; en la religiosa, el salafismo– cuyos seguidores insisten en hacer una lectura literal del Corán permitiendo un mínimo margen de interpretación figurativa o alegórica. Uno de los elementos centrales de su ideología es la práctica del takfir, el acto de declarar apóstatas a otros grupos musulmanes, en la creencia de que hoy se libra una guerra de civilizaciones entre musulmanes e infieles, una guerra que ganarán los primeros y que señalará el fin de los días.
Wood reproduce un diagrama esquemático de la visión del Estado Islámico de la Humanidad. Los que se han comprometido con el EI están en la parte superior de la página, cerca del cielo, mientras que los infieles se sientan en la parte inferior junto con los humanistas seculares, cristianos y yazidis, todos ellos «aptos para ser esclavizados».
La preocupación de Wood no se centra tanto en las circunstancias de Siria y el Irak que dieron origen al Estado Islámico como en las de aquellos que han viajado desde sociedades estables y prósperas para unirse al grupo. ¿Qué los persuade a abandonar las comodidades relativas de Occidente para ir a una zona de guerra? ¿Matar es algo incidental o supone una fuente de realización? El libro es un viaje íntimo a las mentes de los creyentes más radicales del Estado Islámico, entrevistadas por Wood, quien descubre que los seguidores del movimiento encuentran significado y compañerismo en su sueño utópico. Wood capta el significado moral de este a través de carismáticos personajes como un sastre egipcio que una vez hizo trajes a medida para Paul Newman y que ahora quiere vivir, finalmente, bajo la sharía; un converso japonés que cree que la erradicación de las fronteras –uno de los logros de los que más se enorgullece el Estado Islámico– es un imperativo religioso; y un predicador australiano encantador y grácil que traduce los sermones y amenazas del grupo al inglés y es acusado de reclutar personal para la organización.
Wood, haciendo uso de un lenguaje ameno y en ocasiones un gran sentido del humor, pretende entender quiénes son estas personas, de dónde vienen, cómo llegaron, y qué los hace funcionar. Para lograr su propósito incluso ofrece como cebo su propia persona y la posibilidad de su conversión al Islam. A pesar de ello, el tiempo que Wood pasa con simpatizantes del Estado Islámico, no importa cuán inteligente o bien educado pueda encontrar a alguno de ellos, no le lleva a atenuar la amenaza de sus creencias. Reconoce que el Estado Islámico tiene un atractivo perdurable, porque el califato cumple con lo que el Profeta predijo que surgiría. Entiende que responde a la necesidad de algunos lugares donde la gobernanza es terrible, la pobreza y la corrupción abundan, y la injusticia parece ser tan prevalente, pero reconoce que el Estado Islámico utiliza la religión para encubrir su criminalidad, engañando solo a los que no conocen bien el Islam.
El mayor temor de Wood es que la derrota del Estado Islámico en Siria e Irak no signifique su desaparición. Sin embargo, como todos los movimientos carismáticos, el EI depende del éxito para sostenerse. Y últimamente todo apunta a su futura caída.