Con su falta de previsión de lo sucedido en Gaza, la UE ha mostrado que no es aún el actor global que pretende ser. El mayor donante en la región desde 1991 tiene los medios políticos, económicos y diplomáticos para convertirse en un impulsor del proceso de paz.
El reciente colapso de la tregua semestral acordada entre el gobierno israelí y el Movimiento de Resistencia Islámica (Hamás) y la subsiguiente operación Plomo Fundido llevada a cabo por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) entre el 27 de diciembre y el 18 de enero, han puesto una vez más de manifiesto la incapacidad de la Unión Europea para prever este tipo de crisis, actuar de forma proactiva para prevenirlas e intervenir de forma eficaz para gestionarlas y resolverlas. A pesar de esta incapacidad manifiesta –en su cuádruple dimensión de previsión, prevención, gestión y resolución– la UE tiene ante sí una magnífica oportunidad para pasar de ser el mayor donante institucional a convertirse en un actor relevante en Oriente Próximo, a la par con Estados Unidos, cuyo diletantismo político durante la crisis –fruto de la situación de interinidad de la administración saliente, además del rotundo fracaso a la hora de implementar la visión de la conferencia de Annapolis de noviembre de 2007– ha otorgado un mayor protagonismo a la UE y a un país candidato a pertenecer a ella, a la vez que potencia regional emergente, como es Turquía.
Para lograr esta relevancia deseada mientras tiene lugar la ratificación y entrada en vigor del Tratado de Lisboa, y se acomete la correspondiente reforma orgánica y funcional en materia de política exterior y de seguridad común (PESC), la UE deberá integrar sus capacidades institucionales: misiones impulsadas por el Consejo (Eubam Rafah y Eupol Copps), ayuda humanitaria y asistencia técnica prestadas por la…