Es improbable que los blogs conduzcan a una revolución, pero abren la perspectiva de un espacio público diferente.
El paso del segundo al tercer milenio no ha hecho más que reforzar la aceleración de una “globalización”, sin duda difícil de definir, pero sin embargo, cada vez más presente en todos los aspectos de la vida individual o colectiva. Los vectores de esta globalización, las tecnologías de la información y de la comunicación, a las que hace sólo unos años calificábamos de “nuevas”, constituyen la mejor ilustración posible de esos profundos cambios. Con unos avances cada vez más rápidos en la gestión y en la transmisión de datos, expresiones como “autopistas de la información” o “economías del conocimiento” se han incorporado al lenguaje habitual. Paralelamente, hemos asistido a la aparición de escenarios que asocian los desarrollos técnicos y políticos.
Dentro de un movimiento en apariencia inverso pero con el que está, paradójicamente, muy relacionado, hemos visto multiplicarse las profecías más opuestas. Bajo la bandera del choque de civilizaciones, la transparente tecnicidad política de las sociedades posindustriales democráticas (por definición o casi, “occidentales”) se ha opuesto a la opacidad de las sociedades “tradicionales”, autoritarias a la par que reacias a las conversiones técnicas. Desde esta perspectiva, los países musulmanes en general, y las sociedades árabes en particular, han sido condenados en gran medida a permanecer al margen de la “marcha digital del mundo”, por la falta de un buen sistema de gobierno político, pero con más frecuencia porque imaginábamos que su legado cultural los incapacitaba por definición para semejantes transformaciones. A partir de la muy objetiva constatación de que existe una “fractura digital” que crea una verdadera línea de separación entre las zonas del mundo, hemos extrapolado de manera natural el inmovilismo de unas sociedades irremediablemente atrasadas, ya que se encuentran, por…