disrupcion
Autor: Dan Lyons
Editorial: Capitan Swing
Fecha: 2021
Páginas: 344
Lugar: Madrid

La extraña cultura de las ‘start-ups’ tecnológicas

El libro del periodista Dan Lyons refleja de una manera única la visión del mundo que tienen algunas de las 'start-ups' tecnológicas que se está adoptando en otros sectores de la economía y hasta en la retórica de los asesores políticos y de comunicación.
Ramón González Férriz
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Durante las últimas décadas, las nuevas empresas tecnológicas —las start-ups— han ido ocupando un lugar cada vez más prominente en la economía y la política globales. Y, como consecuencia lógica, han acabado conformando muchos de los valores que las definen. Los líderes de sus primeras generaciones –de Bill Gates a Peter Thiel, de Jeff Bezos a Elon Musk– se han convertido, además de en millonarios, en emblemas de las posibilidades que ofrece el capitalismo y las recompensas que este da a los osados, y ahora pretenden traducir esa condición en influencia política. Hoy día, el joven emprendedor que viste de manera informal, habla con frecuencia de las virtudes del cambio y la innovación, y asegura haber vislumbrado cómo será el mundo del futuro, es un modelo de conducta halagado por gobiernos, organizaciones multinacionales y un buen número de economistas. La mayoría fracasa. Pero incluso en eso han terminado dominando nuestro discurso económico y hasta moral: “fracasar es una forma necesaria de aprendizaje”, dicen ahora desde la autoayuda hasta los ministros de Economía.

Prueba del éxito de las start-ups en nuestro imaginario es su notable impacto en la cultura. Por ejemplo, la película La red social retrató los inicios un tanto sórdidos de Facebook en la Universidad de Harvard y el peculiar carácter de su fundador y consejero delegado, Mark Zuckerberg, que a principios de los 2000 puso su inventiva tecnológica al servicio de su vida sentimental. O la serie Silicon Valley, que parodia la cultura emprendedora californiana a través del retrato de una serie de emprendedores, ingenieros e inversores de capital riesgo cuyos rasgos principales son la excentricidad y el espíritu sumiso con el que aceptan las disparatadas reglas de juego del mundo tecnológico. En Valle inquietante (Libros del Asteroide), la joven escritora estadounidense Anna Wienner noveló su experiencia de pasar de trabajar en el sector editorial –la vieja cultura con un sistema de valores asentado durante siglos– a hacerlo en una empresa de análisis de datos en Silicon Valley, en la que se mezcla el idealismo tecnológico con una despiadada lucha por el poder.

 

«Hoy en día, una parte relevante del mejor periodismo estadounidense tiene que ver con la investigación de grandes escándalos en las empresas tecnológicas, sus frecuentes abusos y la creciente sospecha de que se han convertido en monopolios»

 

Esto no ha sucedido solo en la ficción. Hoy día, una parte relevante del mejor periodismo estadounidense tiene que ver con la investigación de grandes escándalos en las empresas tecnológicas, sus frecuentes abusos y la creciente sospecha de que se han convertido en monopolios. Entre los libros de este género está el brillante Manipulados. La batalla de Facebook por la dominación mundial (Debate), recién publicado en España. En él, las periodistas de The New York Times Sheera Frenkel y Cecilia Kang relatan con información inédita cómo Zuckerberg y su principal mano derecha, Sheryl Sandberg, han tomado sistemáticamente decisiones que anteponían los beneficios de la empresa a la seguridad de los usuarios. Y cómo han convertido en un ritual vacuo sus disculpas cada vez que sale a la luz un nuevo caso de uso fraudulento de datos, manipulación mediante las recomendaciones del algoritmo o explotación de menores de edad. Más escalofriante aún es Mala sangre. Secretos y mentiras de una startup de Silicon Valley (Capitán Swing), del periodista de The Wall Street Journal John Carreyrou. En él, Carreyrou desgrana la trayectoria de Theranos, la start-up que aseguraba haber inventado una pequeña máquina que realizaba, en apenas minutos, los costosos análisis de sangre que hasta entonces requerían grandes laboratorios y varios días de espera. Pero todo era falso. En realidad, los análisis o bien se hacían a escondidas en un laboratorio tradicional o, si se efectuaban con las máquinas de Theranos, el resultado era inaceptablemente impreciso. Carreyrou contribuyó a descubrir el engaño (hoy se está juzgando a la fundadora de Theranos, Elizabeth Holmes) y a hacer caer el fraude. Theranos, en la que habían puesto dinero algunos de los inversores en tecnología más famosos de Estados Unidos, llegó a estar valorada en 10.000 millones de dólares.

 

Un caso real

Disrupción. Mi desventura en la burbuja de las startups (Capitán Swing), del también periodista Dan Lyons, tiene un aire de familia con los libros y películas mencionados. Pero se diferencia en que no se trata de una investigación periodística sobre una empresa, con la idea de escribir sobre ella. Dan Lyons fue realmente un empleado de la start-up HubSpot, dedicada al marketing digital, y lo fue en unas condiciones inquietantes, aunque el libro apela constantemente al humor y el ridículo de las situaciones que vive su autor. Con 50 años, Lyons, un veterano periodista que llevaba décadas escribiendo sobre el mundo de las empresas tecnológicas, perdió su trabajo en la revista Newsweek durante lo peor de la crisis de los medios de comunicación, cuando se despedía a periodistas para intentar compensar la caída de los ingresos publicitarios. Tras pasar un tiempo deprimido, y con el temor fundado de no volver a trabajar o de tener que hacerlo en las condiciones precarias que ofrece ahora el periodismo, Lyons aceptó una difusa oferta del departamento de marketing y generación de contenidos de HubSpot. Estaba ilusionado con la idea de entrar en un mundo, el de las start-ups, sobre el que había escrito innumerables artículos, pero que no conocía bien por dentro. Así que aceptó la oferta. Lo que descubrió fue algo en buena medida ridículo, pero también aterrador, vista la creciente importancia e influencia que tienen las empresas tecnológicas en el mundo.

“La compañía ha sido un éxito inesperado”, cuenta Lyons que le dijeron algunos conocidos en 2013, año en que recibió la oferta e investigó un poco para ver si debía aceptarla. “No es tan conocida como otras compañías como Snapchat o Instagram, pero está dirigida por varios tipos del Massachussets Institute of Technology (MIT) y está en camino de preparar su salida a bolsa. Durante los últimos siete años ha recaudado 100 millones de dólares de capital riesgo y entre sus inversores se encuentran algunas de las mejores empresas del sector. Su negocio está en auge”. Sin embargo, durante los primeros días de trabajo ya descubrió que, como tantas otras start-ups tecnológicas, HubSpot tenía muchos problemas: el producto estaba menos definido de lo que debiera, el software daba problemas, la salida a bolsa generaba un inmenso estrés a los trabajadores, que esperaban ganar mucho dinero con ella pero no estaban seguros de contar con el apoyo del mercado. Además, la empresa funcionaba según una cultura corporativa que resultaba incomprensible para quien no la conociera: los fundadores se comportaban más como gurús que como directivos de una empresa; las oficinas tenían un diseño moderno que mezclaba los puestos de trabajo con los espacios de ocio –algunos se utilizaban incluso para el sexo–, pero era completamente disfuncional; y los trabajadores hablaban más como miembros de una secta visionaria que como empleados. Un trabajador de la empresa, dedicado a dar la bienvenida a los nuevos empleados, le dijo a Lyons en sus primeros días de formación: “Aquí no nos limitamos a vender un producto. Hubspot está liderando una revolución. Un movimiento. HubSpot está cambiando el mundo. Este software no solo ayuda a las empresas a vender productos. Este producto cambia la vida de la gente. Nosotros le estamos cambiando la vida a la gente”.

 

«A Lyons le sorprende que HubSpot gane muchos premios empresariales, pero luego descubre que los directivos obligan a los empleados a participar en las votaciones y escoger a su propia empresa»

 

Lyons lo cuenta con estupefacción y con la frustración que le produce doblar la edad a casi todos los empleados, que son alegres, asumen sin críticas los juegos motivacionales que les proponen los directivos y, al mismo tiempo, compiten fieramente. Lyons no entiende cómo un sector que mueve miles de millones de dólares –las cinco empresas del mundo con mayor capitalización bursátil son tecnológicas– está regido por supuestos genios que se comportan como niños. Uno de los fundadores de HubSpot, por ejemplo, acude a las reuniones con un osito de peluche, al que sienta en una de las sillas que rodean la mesa, para que los participantes imaginen que se trata de un cliente y le tengan en cuenta en sus decisiones. A Lyons le sorprende que HubSpot gane muchos premios empresariales, pero luego descubre que los directivos obligan a los empleados a participar en las votaciones y escoger a su propia empresa; y llegan a pedirle, como a sus compañeros, que utilice sus redes sociales personales para promocionar los artículos motivacionales de sus jefes, que él considera ridículos.

Disrupción refleja de una manera única la visión del mundo que tienen algunas de las start-ups tecnológicas que, como decía, se está adoptando en otros sectores de la economía y hasta en la retórica de los asesores políticos y de comunicación. Es un libro de memorias en parte humorístico, pero la incredulidad del autor ante el enorme poder que acumulan estos jóvenes emprendedores que, poco a poco, se han convertido en gurús resulta creíble e inquietante. Sobre todo, porque al final HubSpot, un lugar ineficiente, con un producto de mala calidad –aunque Lyons reconoce que luego mejoró– y una cultura de trabajo infantil y ególatra, salió a bolsa y acabó valiendo 2.000 millones de euros y haciendo millonarios a sus accionistas. Tal vez eso sea simplemente un síntoma de que se está hinchando una enorme burbuja en el sector tecnológico. Pero también habla de una nueva generación de emprendedores que parecen tener razones para pensar que la palabrería mesiánica es muy rentable. Lo cual es aterrador en un momento en el que necesitamos mucha y mejor tecnología para solucionar nuestros problemas.