Las opciones internacionales de Brasil son múltiples. La manera en que resuelva su compleja relación con EE UU –ni amigos ni rivales– marcará gran parte de la política exterior del nuevo gobierno. Pero antes el país debe completar una ambiciosa agenda interna.
En la última década, Brasil se ha transformado en una marca mundial y una potencia. Cuenta con la quinta mayor superficie terrestre, es la octava economía del mundo y uno de los primeros productores de lo que todos necesitan: desde animales, vegetales y minerales, hasta agua, energía y aviones. Todo parece indicar que Brasil está listo para labrarse un nombre en la escena mundial y hacer de contrapeso a la otra potencia en esa parte del mundo, Estados Unidos. El auge de Brasil coincide con el relativo declive de la influencia de EE UU en Latinoamérica y la aparición de nuevos centros de poder en Asia. Esta dinámica refuerza el mensaje central de la política exterior brasileña: con un lugar para un nuevo actor mundial y con la intención de serlo, Brasil puede ser el Mac frente al PC de EE UU, con una fuerza interior y un programa internacional acordes.
Sus impresionantes triunfos económicos y sociales y sus logros diplomáticos, así como la ambición, la visión y la historia personal de sus dos últimos presidentes, Fernando Henrique Cardoso y Luiz Inácio Lula da Silva, alimentan las aspiraciones de Brasil. Sin embargo, los intentos del país por ejercer su influencia en un amplio abanico de asuntos internacionales pueden diluir la legitimidad de sus esfuerzos en ámbitos como el cambio climático, el mantenimiento de la paz y la gobernanza mundial, en los que la participación brasileña ha tenido más éxito. Esta no es la primera vez que Brasil despierta una emoción tan intensa. Ahora, el desafío consiste en no…