La celebración de los 40 años desde la promulgación de la Constitución es, sin duda, un buen momento para analizar todo lo que la democracia española ha conseguido en estas últimas cuatro décadas. Y el resultado de ese análisis es rotundamente positivo. Aun con todos nuestros problemas actuales, situaciones que solucionar y cambios que abordar, debemos congratularnos por el camino recorrido desde 1978, y el espectacular avance político, económico, social y cultural experimentado por el país en este tiempo.
En el plano económico, sin duda, poco tiene que ver la España de hoy –incluso a pesar de los efectos de la gran recesión de 2008– con la situación existente al comienzo de la Transición. En aquel entonces, el PIB per cápita era de poco más de 4.000 euros, cantidad que se ha multiplicado por siete en la actualidad.
En el plano empresarial, igualmente, la evolución experimentada puede considerarse espectacular. Como presidente de Mapfre, me es fácil ilustrarlo con un ejemplo cercano: en 1978, esta empresa contaba con poco más de 900 empleados, y una facturación de 7.000 millones de pesetas (unos 42 millones de euros), con un negocio concentrado exclusivamente en España. En el último ejercicio, Mapfre tuvo un volumen de negocio de casi 28.000 millones de euros, y da empleo a más de 35.000 personas, de las cuales solo una tercera parte trabaja en España (el resto, más de 15.000, lo hace en Latinoamérica).
El caso de Mapfre es extrapolable a otras cuantas compañías españolas que en el espacio de estas décadas han pasado de ser pequeñas empresas concentradas en un mercado interno limitado, a convertirse en auténticas multinacionales, líderes mundiales en sus respectivos sectores. Y, sin duda, la llegada de la democracia y la incorporación de la economía española a los grandes ejes de la arquitectura…