Dirigido principalmente a los espectadores occidentales, Gorbachov está ofreciendo, dentro de una atmósfera de euforia general y de mixtificación, un espectáculo de cambios grandiosos.
Mi postura, al igual que la de otros muchos “renegados”, no es de hostilidad sino de realismo. Bienvenidas sean todas las reformas que tiendan a mejorar las condiciones de vida de la población, pero me parece que, en lo esencial, la perestroika de Gorbachov no es más que una reestructuración verbal, es decir, una inundación de discursos, resoluciones, decisiones, artículos de Prensa y publicaciones, seleccionadas por los medios de comunicación al servicio de la ideología y de la propaganda.
La parte efectiva del cambio es ínfima. Por otra parte, los cambios han existido siempre en la URSS; en los tiempos de Stalin, en los de Kruschev y en los de Breznev. Los partidarios de Gorbachov intentan ahora achacar a Breznev los vicios inherentes al régimen soviético y, por tanto, inevitables bajo cualquier dirección. Por ello, esos vicios subsistirán cuando los sucesores de Gorbachov hagan a éste, a su vez, responsable de las dificultades permanentes de la vida soviética. De hecho es una cuestión de rutina que no representa nada de verdaderamente novedoso con relación a la historia soviética pasada, si se exceptúa una renovada demagogia particularmente exagerada. Y esta realidad no tiene en el fondo gran cosa que ver con las formulaciones verbales y las gesticulaciones de los dirigentes soviéticos que la disimulan.
Yo no niego la sinceridad de Gorbachov. Pero todos sabemos que el infierno está empedrado de buenas intenciones. Andropov, Breznev, Kruschev y Stalin también tenían buenas intenciones. Ese es el último criterio a tomar en consideración cuando se juzga a un gobierno. En primer. lugar, es preciso examinar la adecuación entre la actividad del Gobierno, las posibilidades reales y las necesidades del país. Las palabras y los proyectos de Gorbachov son grandiosos. Más se les pueden oponer muchísimos peros para limitarlos y neutralizarlos. Entre los numerosos peros los más importantes se refieren a la estructura misma del país, a las leyes positivas de su gran colectividad, al sistema de poder y de gobierno, a las relaciones internas de ese sistema y de la sociedad en su conjunto. El poder, dentro de la sociedad comunista, está lejos de ser todopoderoso. La acción del secretario general del Partido Comunista está limitada por los otros miembros del Politburó; y por el aparato del Comité Central. La acción del aparato del Partido está limitada por las otras instituciones del régimen y del Gobierno. Las exhortaciones y las órdenes de los jefes están limitadas por las condiciones de trabajo y de vida de la población. La actividad de cada administración o de cada empresa está limitada por otras administraciones y por otras empresas. Si la dirección del Partido insta a la población a dejar de beber y a trabajar mejor, no se sigue de ello que las gentes dejen de beber y se pongan a trabajar mejor, como desean sus dirigentes. E, incluso, si la masa de los trabajadores decidiese trabajar mejor, no se sigue de ello que lo consiga. Existe una estructura permanente de la colectividad y una estructura permanente de las administraciones y de las empresas que no es tan fácil modificar. Un cambio, incluso ínfimo, en el gigantesco mecanismo de la sociedad, depende de una multitud de otros elementos del mismo mecanismo. No se trata aquí de burócratas aislados que no quieren cambios. Se trata del sistema conjunto de las relaciones sociales que transforma en burócratas conservadores a todos aquellos que trabajan en su interior.
«Un cambio, incluso ínfimo, en el gigantesco mecanismo de la sociedad, depende de una multitud de otros elementos del mismo mecanismo».
Hay que añadir a esto el que las gentes ocupan posiciones diferentes en la sociedad; que sus intereses no coinciden e, incluso, que a veces son abiertamente opuestos. Igualmente, el sistema de poder y de gobierno también es heterogéneo. Situaciones conflictivas salen a la luz constantemente. Allí, para sobrevivir, es preciso pensar en salvar la propia piel antes que al país, haciendo pasar los intereses personales por encima de los generales. En consecuencia, lo principal no es la acción que se acomete y proclama, sino su apariencia: es necesario: que todo tenga el aspecto de funcionar de acuerdo con el plan preestablecido, conforme a las decisiones tomadas. Las cosas se hacen, evidentemente. Pero sólo en parte. Y no como se querría y como se anuncia en los informes. El sistema social posee el sello de máxima eficacia y ningún Gobierno está en condiciones de sobrepasarlo.
El desconocimiento de todos esos peros es excusable por parte de los moralistas y por parte de aquéllos que no tienen más que una noción vaga de las leyes de funcionamiento de ese inmensamente complejo sistema social al que ellos mismos no tienen acceso, ni siquiera en los escalones inferiores del poder. Pero cuando hombres investidos de poder desconocen esos peros y se comportan como si sus gestos y sus llamadas demagógicas fueran suficientes para reorganizar radicalmente la vida de esa sociedad gigantesca, no puede salir de ahí más que un aventurismo irresponsable y una mentira deliberada. Y todo apoyo que se otorgue a ese género de dirigentes ciegos o hipócritas se convierte en complicidad.
El acceso de Gorbachov al poder supremo ha implicado muchos cambios personales que han causado impresión en Occidente. Pero ¿es ese el signo de una reestructuración real de la sociedad soviética? En ningún caso. Es la secuela habitual de todo cambio de dirección en el sistema soviético. Pero se da la circunstancia de que el caso presente es especial, pues este cambio comenzó bajo Andropov y no pudo ser detenido por el breve renacimiento del breznevismo que se reinstaló en el poder en la persona de Ghernenko. De manera que Gorbachov no ha sido el iniciador del proceso, se ha limitado a continuarlo. Por ello se tiene la impresión de que lo ha realizado más rápidamente que sus predecesores. Además, ese proceso ha coincidido con el relevo natural de las generaciones. Pasarán algunos años y los “jóvenes” dirigentes soviéticos llegados al poder habrán envejecido. Se encontrarán frente a una realidad objetiva que no se puede modificar por resoluciones del Comité Central y consignas demagógicas. El inmenso país continuará de todas formas viviendo tal como le permiten las condiciones y las leyes de la vida social y no como prescriben los arribistas del partido, desmesuradamente activos y vanidosos. Estos últimos se apresurarán a hacer lo que hacían sus “viejos” predecesores: condecorarse con medallas, atribuirse ascensos, pronunciar discursos y satisfacer sus propias necesidades, siempre crecientes, de bienes materiales.
Es evidente que hay ciertas cosas que dependen de la edad de los dirigentes, de las administraciones y de las empresas. Pero en realidad ¿es eso tan importante como parece? La sustitución de los viejos dirigentes por otros relativamente jóvenes no garantiza por sí misma una mejora de la dirección. Un buen sistema puede funcionar bien con dirigentes viejos y un mal sistema funcionará mal incluso con jóvenes. Para que el sistema de dirección funcione más o menos bien es necesario organizarlo de manera que sea independiente de las cualidades individuales de sus dirigentes. Los ataques de Gorbachov contra el aparato administrativo e incluso contra el aparato del partido han hecho efecto. Pero, en boca de un apparatchik profesional, esos ataques son de una demagogia evidente. Si el aparato burocrático se ha desarrollado en el país y se ha apoderado del poder, no es a causa de la incuria de los dirigentes.
Burocracia
El aparato burocrático ha surgido de forma natural de la base misma de la sociedad. Sin ese aparato el comunismo es tan imposible como lo sería el capitalismo sin dinero, sin beneficio, sin competencia o sin Bancos. La colectivización de los medios de producción, a escala del país, y la centralización de toda la vida económica en un organismo social único, engendra necesariamente un sistema burocrático gigantesco. Ese sistema posee leyes de funcionamiento inflexibles, independientes de toda resolución del Comité Central y de toda invocación de los dirigentes. En ese sistema se puede relevar de un puesto cualquiera a un hombre, pero no se puede suprimir el puesto mismo. Y si tal supresión ocurre, un nuevo puesto tomará el lugar del anterior. El puesto determina también el comportamiento de su poseedor. Un desvío con relación a la norma no suprime la norma misma.
La decisión de Gorbachov de elegir a los responsables entre varios candidatos y, lo que es más, en votación secreta, proviene de la misma demagogia. El proceso de reproducción del poder se ejerce de dos diferentes maneras: 1) por elección de candidatos preseleccionados; 2) por elección de candidatos a través de un voto de la base.
El primer procedimiento es el –característico– de la sociedad comunista. El segundo, que es accesorio y está sometido al control del poder, disimula la naturaleza no elegible de ese mismo poder. En realidad la selección de los hombres que han de formar parte del sistema se efectúa por organismos e individuos destinados a ese efecto, por lo que el papel determinante vuelve a aquellos que ya poseen el poder. De manera que el sistema de poder se reproduce con el mismo material humano. Además, la elección se efectúa entre numerosos candidatos, no solamente entre dos o tres. Por lo tanto, Gorbachov está derribando puertas ya abiertas de antemano. Pero, incluso, si su propuesta fuera aceptada, la naturaleza del sistema de poder no se modificaría en nada. Y si a pesar de todo, las elecciones tuvieran lugar con decenas de candidatos, todos serían elegidos de antemano por los organismos correspondientes, de acuerdo con sus propios criterios. Las diferencias que los distinguiesen serían tan insignificantes que no podían ser tenidas en cuenta. E incluso, si llegase a haber una diferencia importante perdería inmediatamente toda significación desde el momento en que el candidato elegido entrara en funciones. En la sociedad soviética no es “el hombre quien caracteriza el lugar”, sino “el lugar el que configura al hombre”.
Incontestablemente, la elección misma de Gorbachov al puesto de secretario general del Comité Central y el hecho de que se le autorizase a hacerse pasar por un “gran reformador” son índices de la situación real del país. Yo quisiera subrayar aquí una particularidad: los problemas actuales de la Unión Soviética, aunque internos, son consecuencia de sus relaciones con Occidente. Sin la existencia de este último las condiciones de vida de la población soviética serían declaradas paradisíacas y se llegaría prácticamente al comunismo integral. Pero resulta que Occidente se ha convertido en la medida, en la referencia obligada de todo lo que se hace en serio. El objetivo real de la nueva dirección es llegar a que el país no aparezca tan retrasado con relación a Occidente y a fortalecer la sociedad soviética bajo todos los aspectos, en primer lugar en el plano militar, para afianzar sus posiciones en su competencia con Occidente. Los dirigentes soviéticos tienen más que nunca necesidad de Occidente para sobrellevar sus dificultades internas y para consolidar su posición en el mundo. Esa necesidad ha determinado la expresión verbal de la perestroika y los gestos de los dirigentes soviéticos, dirigidos principalmente a impresionar a los occidentales.
Desde ese punto de vista examinemos la intención de Gorbachov de aumentar la producción hasta el nivel mundial más alto. El nivel de rendimiento más alto es, por el momento, el de los grandes países occidentales. Por ello, la Unión Soviética está siempre tratando de alcanzarlos. Convencidos, por su amarga experiencia, de que eso no es tan fácil, los soviéticos abandonan, de momento, su antigua consigna: rebasar a Occidente. Pero hasta la mera pretensión de alcanzarlo aparece hoy como un “gran desafío”. ¿Hasta qué punto es esa pretensión realista? Resulta imposible contestar a esa pregunta, pues la respuesta es función de multitud de factores. Si tomamos en serio la propuesta de Gorbachov y no como una simple consigna ideológica, tendremos una respuesta clara. Pero si percibimos tras esa fraseología una necesidad concreta de la sociedad soviética, realizable a su manera, la respuesta será otra. Se puede medir la producción de un país y comparar los resultados de diferentes países por métodos diferentes. Se puede tomar como unidad de comparación un obrero medio de una profesión dada, una empresa media o un sector determinado de la industria, pero también se puede tomar la sociedad en su conjunto. Se puede medir y comparar en función de un solo índice o de varios. Se pueden elegir diferentes períodos. Una vez hecho esto se pueden perseguir objetivos diferentes. Una cosa es abordar el problema desde el punto de vista de la competencia en el mercado mundial y otra comparar las posibilidades de supervivencia en una futura guerra mundial: En una palabra, pese a la nueva formulación de la antigua consigna, el fondo de las cosas sigue siendo turbio por completo. ¿Conseguirán los dirigentes soviéticos realizar sus pretensiones? La contestación a esta pregunta es cuestión de interpretación. Si Gorbachov se mantiene en el poder, la propaganda soviética presentará cualquier resultado como un éxito brillante, mas sus adversarios lo presentarán como un fracaso.
Hay otra cuestión que reviste mayor interés: ¿por qué los dirigentes soviéticos se plantean el problema de la productividad? Hay incontestablemente razones históricas en el retraso de la economía soviética con relación a los países avanzados de Occidente. Es incontestable que el anterior equipo dirigente cometió numerosos errores. Pero sería superficial e insuficiente limitarse a esas explicaciones. El origen del problema debe buscarse en las relaciones fundamentales, es decir, en las relaciones humanas dentro de una sociedad dada, las cuales determinan todas las demás y son predominantes. Las relaciones económicas no son determinantes más que en un solo tipo de sociedad: la sociedad capitalista. Por eso el problema de la productividad no se plantea en este caso, ya que la eficacia está asegurada en razón de las mismas relaciones de producción de la sociedad. Ahora bien, el fundamento de la sociedad comunista no está constituido por las relaciones económicas, sino por relaciones que yo llamaría comunales, es decir, las relaciones en el interior de los grandes grupos humanos condicionados a su vez por la necesidad de vivir y trabajar como un todo social único a través de las generaciones. En ese caso las relaciones económicas se derivan de las relaciones comunales y dependen de ellas. Por ello existen en la sociedad comunista fenómenos tan aberrantes (desde el punto de vista capitalista) como las empresas no rentables, la ausencia de paro y una política de precios en lugar de una economía de mercado.
«Las relaciones económicas no son determinantes más que en un solo tipo de sociedad: la sociedad capitalista».
Las relaciones comunales de la sociedad comunista implican un estancamiento, justamente dentro de la esfera de producción, y una tendencia general al descenso de la eficacia. En virtud de las condiciones fundamentales de la actividad humana, la rentabilidad del trabajo de los individuos, de los grupos, de las empresas y de las administraciones, dentro de la sociedad comunista, dependen muy poco de los esfuerzos individuales, muy poco de los individuos, de su espíritu de iniciativa, del riesgo que asuman y de los otros fenómenos característicos del dinamismo de la sociedad capitalista. La mayor parte de las gentes no se interesan por el crecimiento de la producción a gran escala y durante períodos prolongados. Y todas las tentativas individuales de ese género tropiezan rápidamente con el sistema totalitario de organización de la sociedad, en el que predominan no ya la concurrencia y la libre empresa, sino las trabas y los entorpecimientos mutuos.
El gorbachovismo es sobre todo una tentativa de vanidosos funcionarios del partido para confundir a los ingenuos occidentales. También es una tentativa para eludir las leyes objetivas del régimen soviético. Al imponer a la sociedad soviética los criterios occidentales de rentabilidad económica, Gorbachov desprecia las ventajas de esa sociedad. De hecho no vence las dificultades, sino que las traslada para más tarde, pero generando nuevas dificultades, aún más graves, que se manifestarán en los años próximos. Sin embargo, la sociedad se adapta bien a la situación. Aparentando aplicar las instrucciones de Gorbachov, millones de soviéticos se comportan, de hecho, tal como les obligan las condiciones objetivas.
El equipo de Gorbachov ha accedido al poder cuando el movimiento disidente ya había sido aplastado. Ese equipo actuó como si no hubiera motivo para su presencia, como si hubieran llegado simplemente para liberar al partido de un pretendido error brezneviano. ¿Qué ocurre en realidad? Antes de llegar a la cúspide, los gorbachovianos pasaron por los niveles intermedios del poder. Efectuaron su ascensión sacrificándose más que los otros. Sirvieron a sus jefes con un celo especial. Si no hubieran actuado así, ni siquiera hubieran alcanzado los escalones inferiores del poder. El aplastamiento del movimiento disidente es su principal “mérito”. Fue uno de los principales triunfos de su carrera. De, esa manera demostraron a sus jefes que eran capaces de barrer la oposición en provecho de la propia dirección.
En época de Kruschev y de Breznev las revelaciones efectuadas sobre el pasado reciente y la crítica de la propia sociedad soviética constituían un privilegio de la oposición. Al haber perdido los dirigentes, la ideología y la propaganda soviéticas, la iniciativa de la crítica y su control, se encontraban en posición defensiva. Al aplastar la oposición y a su base social, las autoridades conquistaron el derecho de criticar a su sociedad y considerar dicha crítica como una prerrogativa propia. Con la llegada de Gorbachov han ido tan lejos en esa vía que muchos en la URSS y en Occidente creen ver una nueva era en la historia soviética. En efecto, los discursos pronunciados por los dirigentes soviéticos, si antes y después del XXVII Congreso del Partido, para no tomar más que este ejemplo, hubieran sido, diez años antes, condenados como calumniosos hacia la sociedad soviética. Ahora bien, no se trata en absoluto de una revulsión de sentido democrático. Los dirigentes soviéticos han podido hacer tal autocrítica porque han perdido el sentido de oposición política al régimen. Gracias a esa crítica –que ya no es peligrosa– los dirigentes han ganado la reputación de valerosos partidarios del cambio. La crítica de la sociedad soviética, que en un pasado reciente realizó la oposición, perdió toda su eficacia desde el momento en que se produjo la confesión oficial de todos los errores cometidos. La dirección de Gorbachov ha turbado y embrollado de tal manera la atmósfera moral e intelectual alrededor de la oposición –sobre todo en los ambientes de la emigración soviética en Occidente y en los medios de comunicación occidentales– que, en el presente, ni siquiera los especialistas son capaces de distinguir entre la oposición sincera al régimen soviético y las operaciones montadas por KGB para ahogar desde sus inicios a esa misma oposición y privarla del apoyo de Occidente si llegase a sobrevivir. La liberalización “de Gorbachov” no es de hecho más que una especie de aldea Potemkin política que trata de inducir a error a la opinión pública occidental, a desacreditar la crítica de la sociedad soviética por parte de la oposición y a impedir se inflame de nuevo el movimiento oposicionista del interior.
La supresión del exilio de Sajarov le ha valido a Gorbachov en Occidente la reputación de “liberador de Sajarov”. Pero hay una gran diferencia entre la apariencia y el fondo de las cosas. Ese gesto de Gorbachov es de hecho un testimonio de la victoria del régimen sobre las tendencias oposicionistas en el país. Actualmente Sajarov ya no es peligroso y cobijándose tras su nombre las autoridades podrán extirpar toda traza o tentativa de una oposición más profunda y más radical que la de los disidentes. Se puede permitir a Sajarov que diga lo que quiera. Pero el problema está en saber qué puede querer decir y si lo que dice puede atemorizar a las autoridades. Se ofrecen a los medios de comunicación occidentales exclusivas informativas que atraen la atención de la opinión pública hacia hechos que no tienen nada de sensacional y que pretenden reafirmar “la unidad política y moral de la sociedad”.
La glasnost
Hagamos finalmente algunas consideraciones a propósito de la glasnost. ¿Qué es realmente ese fenómeno que la propaganda soviética llama hipócritamente “transparencia”? Por su misma naturaleza la sociedad comunista es profundamente hostil a la transparencia, tal como se la concibe en los países occidentales es decir, en una sociedad democrática fundada sobre el derecho. La obsesión por el secreto impregna la sociedad comunista en todas sus fibras. Administraciones, oficinas, institutos de investigación, fábricas (en las que todas las actividades son secretas), reuniones a puerta cerrada, instrucciones confidenciales, sistema generalizado de dejar pasar, compromisos de no divulgación, secciones especiales…, ¿qué es lo que no se ha podido inventar? El objetivo de ese potente sistema consiste en ocultar a los suyos y a los demás lo que pasa en el país, a limitar al máximo la esfera de información de los ciudadanos. Por añadidura, el reino del secreto hace que la demagogia ideológica, la desinformación, la mentira y la propaganda sean menos vulnerables. El secreto da mayor peso a las autoridades a ojos de la masa mal informada. Las resoluciones secretas tienen mayor impacto cuando advienen a las masas bajo la forma de rumores. Bajo esas condiciones es más fácil, igualmente, perseguir a alguien por “divulgación de secreto de Estado” o por “calumnia hacia el régimen”. Sólo en último lugar es el secreto un medio técnico de defensa contra los enemigos, los espías y los estafadores. La función principal del secreto es confundir la atmósfera social y la conciencia de los ciudadanos. Es un medio de fortalecer a la sociedad y al poder.
Este sistema, a lo largo de toda la historia soviética, ha dado muestras amplias de su valía. El sistema es inmutable y seguirá siendo un elemento obligado del régimen comunista hasta su último día.
¿Cuál es entonces el sentido de la “transparencia” proclamada por Gorbachov? ¿Cuáles son los hechos puestos de manifiesto dentro del marco de la glasnost? ¿Por qué, en qué sentido, bajo qué ópticas y por quién? Hay transparencia y “transparencia”. La primera es una forma de organización social que presupone la existencia dentro del país de instituciones y de personas susceptibles de hacer públicos todos los hechos de la vida social sin pedir autorización a las autoridades. Para realizarlo poseen medios de difusión y de información independientes de las autoridades. Y por difundir informaciones verídicas no son sancionados. La glasnost de Gorbachov no es más que una solapada medida ordenada desde la cúspide y realizada bajo el control de las autoridades, como procedimiento ideológico de propaganda y de gobierno.
Ese procedimiento ha sido siempre utilizado en diversos grados a lo largo de la historia soviética, porque la selección de informaciones y la forma de presentarlas son monopolio del poder. Toda transparencia independiente del poder está considerada como una calumnia hacia el régimen, como propaganda hostil o incluso como espionaje a favor de países occidentales. El hecho de que se hable de la glasnost con entusiasmo exagerado se explica sólo por las actuales condiciones. Hace algunos años la transparencia era una de las reivindicaciones de la oposición.
Ahora que el movimiento de oposición ha sido aplastado, las autoridades se han apropiado de alguna de sus consignas.
Gorbachov y los suyos no han llegado al poder para liberalizar o democratizar la sociedad soviética. Su objetivo era ocupar ciertas posiciones en la jerarquía social, consolidarlas y utilizarlas en provecho propio. Han sido admitidos al poder con la esperanza de que supieran contener el deslizamiento del país hacia una crisis generalizada, ahogar todas las tendencias oposicionistas que escapaban al control de las autoridades, fortalecer la potencia militar del país, mejorar la imagen de marca de la Unión Soviética en el mundo, desconcertar a la opinión pública occidental, utilizar a Occidente en interés de la Unión Soviética desmoralizándole y dividiéndole por todos los procedimientos. Gorbachov hace y hará lo mismo que los Stalin, Kruschev, Breznev y Andropov, pero en condiciones diferentes y con procedimientos más sutiles. Por supuesto, no podemos desechar el que su vanidad desmesurada, su aplomo y su insuficiente comprensión de la estructura social del país no le conduzcan demasiado lejos en sus ímpetus reformadores, como fue el caso de Kruschev. En ese caso conocerá la misma suerte que aquél.
Pero es más probable que, habiendo asimilado la lección experimental de Kruschev, evolucione en el sentido de un breznevismo mejorado. En ese caso, una de sus acciones sería bajar lentamente el precio del vodka y poner sordina a la campaña antialcohólica del Comité Central y de la Prensa.
Las reformas de Gorbachov son medidas artificiales que imponen al país fenómenos incompatibles con la naturaleza misma de la sociedad comunista. Son de alguna manera drogas políticas y sociales que sólo pueden actuar de manera provisional. Pero tan inmenso país no puede vivir largo tiempo bajo los efectos de la droga, su efecto se irá debilitando y después desaparecerá por completo. En ese momento el Gobierno soviético estará obligado a sustituir la política de la zanahoria por la del garrote, lo cual conviene mucho más a la naturaleza del régimen.
Yo no excluyo la posibilidad de un cambio y de una mejora radical de las condiciones de vida en Rusia. Pero para llegar a ello no basta con esperar pasivamente los favores o las órdenes que vengan desde arriba. Es necesario efectuar una verdadera lucha social con todas sus consecuencias: revueltas, insurrecciones, aparición de organizaciones clandestinas, crítica de todos los aspectos del régimen, entre ellos la organización social y la propia ideología, lucha general contra el control total del individuo por parte de la colectividad, las autoridades, los órganos de represión y la propaganda.
La actividad reformadora de las autoridades no tendrá efectos reales más que cuando deje de ser el resultado de cálculos interesados de los dirigentes soviéticos y se convierta en la inevitable consecuencia de una amarga y dura lucha social.
Porque las leyes de la evolución histórica son válidas, igual que para otros, para la propia sociedad soviética.