En la década de los cincuenta y los sesenta Estados Unidos tuvo veinte años de estabilidad presupuestaria. Eran años en los que la economía crecía a ritmos acelerados, con tasas que superaban habitualmente el 5% real, pero en los que las crisis eran frecuentes, sobre todo provocadas por el petróleo y la inflación. Las autoridades económicas y monetarias fueron logrando estabilizar la economía a partir de los años ochenta, lo que provocó una ralentización del crecimiento, pero también un espaciamiento de las crisis.

Este proceso todavía dura en la actualidad y, a pesar de la crisis financiera, la economía ha reducido notablemente su volatilidad en las tres últimas décadas. Las recesiones son menos frecuentes y los períodos de crecimiento son más largos, pero también más pobres. El crecimiento potencial se ha reducido en EEUU, pero también en la mayor parte del mundo, y esto ha provocado un aumento de la frustración de la población. Aunque resulte paradójico, las sociedades que experimentan una fase de fuerte desarrollo suelen tener mejor percepción de la situación económica que aquellas que están en estancamiento incluso aunque el nivel de vida de las segundas sea superior.

El estancamiento económico ha acelerado el crecimiento del gasto público en todo el mundo. La semana pasada China anunció un plan de estímulos inéditos para intentar reactivar la economía. Estados Unidos, por su parte, acumula un déficit en la década de los veinte del 7,8% del PIB y las previsiones apuntan a que no bajará del 6% al menos en lo que resta de década. Y estas previsiones son independientes de quién gobierne: demócratas y republicanos están subidos en la ola del gasto público.

El FMI ha realizado un análisis comparativo en 65 países para analizar cómo han cambiado las promesas fiscales de los partidos políticos tradicionales (conservadores, liberales…