Transformar la economía mundial en una economía verde es al mismo tiempo un desafío y una oportunidad de empleo para los jóvenes de la generación actual.
El cambio climático no es una fatalidad, sino obra del hombre; allí donde el ser humano actúa, puede reaccionar. Los riesgos que crea el calentamiento climático ya son medibles en función de amenazas seguras y requieren por tanto nuevos comportamientos. La cuestión del clima es compleja, pero se pueden aportar soluciones mediante la inteligencia colectiva y la solidaridad universal.
Los debates sobre el nivel de financiación de las acciones de atenuación y las de adaptación no pueden ocultar una evidencia transversal común: la innovación. El ingenio del ser humano genera nuevas ideas de desarrollo, que matizan la búsqueda desaforada de crecimiento. Aquí es donde deberán enmarcarse las estrategias de atenuación y de adaptación.
El futuro pertenece a todos los seres humanos. Debemos invertir en la juventud, que sufre el desempleo, pero que rebosa de ideas transformadoras. Es indispensable que los jóvenes formen parte de una visión intergeneracional, compartida y corresponsable que reconcilie al hombre con la naturaleza.
Planeta o tierra, poco importa cómo llamemos al astro o al entorno –dejaremos el debate a los filósofos– pero es el lugar en el que vivimos, y debemos respetarlo y protegerlo.
La transformación de la economía mundial en una economía ecológica es uno de los principales retos del desarrollo sostenible en los próximos años. Son los jóvenes de la generación actual quienes tendrán que enfrentarse a esos retos y quienes tendrán que crear nuevas oportunidades de empleo…