AFKAR-IDEAS  >   NÚMERO 70

La economía política de la colonización en el Magreb y sus consecuencias

En la colonización prevalecieron las economías dualistas, que solo beneficiaban a unos pocos. Tras la independencia, a pesar de las políticas nacionalistas y dirigistas, las desigualdades continuaron.
Denis Cogneau
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La literatura histórica sobre Argelia, Marruecos y Túnez ha tratado a menudo a los tres países por separado, incluso cuando abordaba el episodio de la colonización francesa. Una notable excepción es la esencial obra de Daniel Rivet, Le Maghreb à l’épreuve de la colonisation (París, Fayard, “Pluriel”, 2010, 1ª edición Hachette 2002). Sin ser un especialista en la historia del Magreb, mis trabajos sobre la economía política de la colonización francesa ofrecen algunos puntos de comparación nuevos sobre los que puede ser útil informar.

 

El Magreb antes de la colonización y la tutela

La experiencia de la colonización fue ciertamente muy diferente para los tres países en cuestión, tanto en su duración (más de un siglo en el caso de Argelia, la mitad en el de Marruecos) como en su forma política (departamentalización en Argelia, protectorados en Marruecos y Túnez). El contexto político inicial también era diverso: Marruecos era un reino independiente gobernado por una dinastía establecida desde el siglo XVII, y Argelia y Túnez dos países oficialmente vasallos del imperio Otomano, aunque en Túnez reinara una dinastía de beys desde principios del siglo XVIII.

Sin embargo, la situación económica y social tenía muchos puntos en común. En 1830, por ejemplo, los niveles de densidad de población, urbanización (entre el 5% y el 8% de la población, frente al 18% en Francia) y renta per cápita (en torno a un tercio de la francesa) eran bastante similares y relativamente bajos. El hambre, la peste y el cólera rebrotaban esporádicamente en todas partes. La apertura al comercio internacional era limitada. Las técnicas agrícolas seguían siendo rudimentarias: predominaba el arado tirado por bueyes y la siega con hoz, y el regadío no estaba generalizado. Las pequeñas explotaciones familiares diversificadas eran la norma, y los agricultores medianos (con más de 10 hectáreas) que producían para el mercado seguían siendo minoría. Los monasterios, por un lado, y los soberanos y jefes tribales, por el otro, poseían grandes propiedades que eran explotadas por aparceros cuya remuneración (una quinta parte de la producción) era inferior a la de los aparceros europeos medievales (la mitad). Los labradores sin tierra representaban entre una quinta y una tercera parte de la población. La autoridad de los gobernantes sobre su territorio teórico no era total; muchas tribus solo reconocían parcialmente su legitimidad y la sumisión a los impuestos que ello conllevaba. La recaudación fiscal apenas bastaba para mantener el palacio y un pequeño ejército, y el Estado era sobre todo un mediador en los conflictos, ya que apenas disponía de recursos para intervenir en los asuntos económicos y sociales, como la construcción de carreteras o escuelas. Desde principios del siglo XIX, el imperialismo europeo debilitó a los países del Magreb. Por un lado, la lucha emprendida por las armadas europeas e incluso la estadounidense contra la piratería mermó los ingresos de los Estados y de muchas fortunas privadas. Por otro lado, cuando las guerras napoleónicas llegaron a su fin, disminuyó la demanda europea de trigo (es más, en 1830, el dey de Argel seguía exigiendo el pago de sus deudas al ejército francés).

Entre 1798 y 1817, la caída de los ingresos procedentes de la piratería y del trigo sumió a la Regencia de Argel en una grave crisis: seis deys fueron asesinados, cinco de ellos por jenízaros de su milicia descontentos con su salario. En 1830, la conquista francesa interrumpió los inicios de la estabilización política. Túnez y Marruecos tuvieron algo más de tiempo para adaptarse a los nuevos tiempos, pero no el suficiente. Para estabilizar sus finanzas, los dos Estados introdujeron estrictos controles e impuestos sobre las exportaciones e importaciones, siguiendo el ejemplo de Egipto. Sin embargo, en la segunda mitad del siglo XIX, como en otras partes del mundo, aumentó la presión política y económica por parte de los Estados europeos. Liderados por Gran Bretaña, forzaron la apertura comercial y se aseguraron de que la protección legal y fiscal de sus nacionales se extendiera a sus intermediarios locales, socavando desde dentro la soberanía y la legitimidad de los Estados. Las incursiones militares terminaron con demandas de reparación. La penetración de productos manufacturados europeos provocó unos desequilibrios comerciales cada vez mayores y la depreciación de la moneda. En los países sometidos a presión, los líderes reformistas se enfrentaron a las élites conservadoras aferradas a sus privilegios. No consiguieron aumentar significativamente los impuestos para restablecer las finanzas públicas. Como consecuencia, el acceso al crédito europeo provocó una espiral de endeudamiento. Para obtener el reembolso de sus deudas, los europeos acabaron tomando el control de las aduanas de Marruecos, Egipto, China, el Imperio Otomano y Grecia. Finalmente, los Estados, debilitados política y financieramente, cayeron bajo la dominación colonial. Mientras que Túnez y Marruecos fueron sometidos gradualmente a tutela, Argelia fue objeto de una larga y sangrienta guerra de conquista que duró casi 50 años. En 1830, las tecnologías militar y médica francesas aún no eran tan avanzadas y contundentes como en 1880 o 1910 (fusiles, artillería, cañoneras, quinina, etc.). El hecho es que el control total del territorio marroquí no se alcanzó hasta la década de 1930, tras la guerra del Rif.

 

Los Estados coloniales

Los avatares de la conquista de Argelia acabaron por poner fin a la posibilidad de un protectorado, a pesar de los deseos de algunas autoridades francesas, sobre todo durante el Segundo Imperio. Con la Tercera República, Argelia se convirtió en una especie de dominio gobernado por colonos influyentes, que acabaron obteniendo cierta autonomía presupuestaria y financiera. En Túnez, en cambio, las autoridades metropolitanas optaron por un protectorado para ensayar otro modelo, a pesar de la oposición del general Boulanger y de los primeros colonos. Después de Cambon en Túnez, se siguió el mismo camino en Marruecos con Lyautey. Los dos modelos de gobierno colonial se correspondían con la presencia e influencia de los colonos franceses, europeos y asimilados, cuyo peso en la población alcanzó un máximo del 14% en Argelia (incluidos los judíos, que obtuvieron la ciudadanía en 1870), el 8% en Túnez y el 5% en Marruecos; los italianos en Túnez y los españoles en Argelia y Marruecos se asimilaron rápidamente a los colonos franceses (matrimonios mixtos, naturalización). Con los protectorados, aunque se conservaron en cierta medida las administraciones del bey, estas fueron duplicadas y dominadas por la administración francesa. Allí donde la presencia europea era débil, sobre todo en las zonas rurales, la administración colonial se apoyaba necesariamente en los dirigentes locales, incluso en Argelia. Sin embargo, las élites nacionales quedaron en una posición de subordinación. Es posible que los notables tunecinos y marroquíes preservaran mejor su posición relativa en la sociedad, mientras que las élites tradicionales argelinas quedaron frecuentemente relegadas. Los súbditos tunecinos y marroquíes escaparon al estricto régimen disciplinario del indigénat [código de la ciudadanía, una legislación excepcional para los “nativos” de las colonias]. Sin embargo, los primeros movimientos nacionalistas fueron similares, liderados principalmente por hijos de notables europeizados ( jóvenes argelinos, tunecinos y marroquíes), inspirados por el éxito del partido Wafd en Egipto. Los tres vieron rechazadas sus demandas de ocupar puestos en el gobierno. Más de la mitad del personal de las administraciones coloniales era francés, y los funcionarios franceses ocupaban altos cargos y percibían una remuneración más elevada (el “tercio colonial”).

 

Las administraciones coloniales reciclaron el sistema fiscal existente, ampliaron y universalizaron los impuestos, los desarrollaron y modernizaron de tal manera que la presión fiscal aumentó considerablemente

 

En los tres casos, las administraciones coloniales aplicaron la misma tecnología fiscal. En primer lugar, reciclaron los impuestos existentes: los llamados impuestos árabes en Argelia; los impuestos de capitación y los impuestos sobre los árboles y el ganado en Túnez; y resucitaron el impuesto sobre la renta agraria (tertib) en Marruecos. Posteriormente, ampliaron y universalizaron el impuesto, y luego lo desarrollaron y modernizaron –el impuesto sobre la renta apareció después de la Primera Guerra mundial– de tal manera que la presión fiscal aumentó considerablemente. En 1925, alcanzaba el 8% de la renta nacional, muy por encima del nivel de los Estados precoloniales. En 1955, volvió a aumentar bruscamente, hasta el 14% en Marruecos y más del 20% en Argelia y Túnez. La modernización del sistema fiscal permitió una ligera mejora de la equidad, aunque los colonos y expatriados franceses siguieron recibiendo un trato más generoso que sus homólogos de la metrópoli. Además, el peso de los salarios de los funcionarios franceses limitó en gran medida la transformación de estos ingresos fiscales en gastos de desarrollo, dado que el Estado metropolitano limitaba estrictamente sus subvenciones al mantenimiento de la presencia militar. En total, el número de funcionarios por habitante era de tres a cuatro veces inferior al de la metrópoli. Además, la prestación de servicios públicos estaba muy sesgada a favor de los europeos en todos los ámbitos: infraestructuras urbanas y de transporte, desarrollo rural, sanidad y educación. Este sesgo era aún más acentuado en Argelia.

 

La economía colonial dualista

En los tres países, los colonos franceses y europeos se arrogaron una gran proporción de las mejores tierras, la mitad mediante una colonización “oficial” apoyada por el Estado, y la otra mitad mediante adquisiciones directas. En Argelia y Túnez, el reparto de la tierra entre europeos y nativos estaba más o menos establecido ya en la Primera Guerra mundial, y en Marruecos en la década de 1930. Los europeos poseían entre el 25% y el 30% de las tierras agrícolas en Argelia, el 20% en Túnez y el 10% en Marruecos. Teniendo en cuenta el número de colonos, las pequeñas y medianas explotaciones eran más frecuentes en Argelia, pero la concentración fue aumentando con el tiempo; en las otras dos colonias, las grandes explotaciones dominaron desde el principio. Aparte de a la producción de trigo blando, las explotaciones se dedicaban a la exportación de vino, aceitunas y cítricos. Provistas de mejores tierras y mejor equipadas, eran más productivas que las explotaciones autóctonas, aunque mucho menos que las de la metrópoli francesa. En cuanto al resto, las empresas francesas explotaban las minas, sobre todo de hierro y fosfato. En definitiva, las inversiones privadas europeas seguían siendo limitadas, al igual que en Egipto –exceptuando el Canal de Suez–, y no pueden compararse con Sudáfrica y sus minas de oro y diamantes. Además, las balanzas comerciales de los tres países fueron deficitarias la mayor parte del tiempo, ya que las empresas francesas, los colonos y los expatriados, incluidos los militares, importaban muchos productos franceses. El crecimiento de la renta per cápita (1% anual de media) siempre fue inferior al de la Francia metropolitana.

Esta economía dual yuxtapone un sector europeo concentrado en las ciudades y las grandes explotaciones con un sector autóctono que se beneficia poco de las inversiones. Las desigualdades son enormes: la renta media de un europeo es unas ocho veces superior a la de un nativo, e incluso tres veces superior a la de las clases altas y medias del Magreb. En 1955, los europeos representaban alrededor del 50% de la renta en Argelia, el 40% en Túnez y el 33% en Marruecos. En Túnez, a principios de la década de 1950, la burguesía tunecina, judía o musulmana, representaba únicamente una quinta parte del 1% de los contribuyentes más ricos. En 1955, la escolarización primaria de los niños nativos de seis a 11 años se situaba en el 17% en Argelia, el 29% en Túnez y el 13% en Marruecos; en Argelia alcanzó un máximo del 33% en 1962. En cuanto a las generaciones nacidas en la década de 1930 que alcanzaron la edad adulta en la época de la independencia, solo entre el 2% y el 4% habían completado una educación secundaria completa. Los nuevos Estados independientes sufrían una carencia crucial de gestores, profesores, médicos, etc.

 

Independencia

Tras la Segunda Guerra mundial, la Francia de la Cuarta República tardó mucho en darse cuenta de que la descolonización era inevitable, sobre todo en Indochina, Argelia y Camerún, donde libró guerras sangrientas (a diferencia de Gran Bretaña en India, Egipto o Ghana). La atrocidad de la guerra de Argelia hace olvidar a veces que las independencias tunecina y marroquí no estuvieron exentas de violencia. En cada caso, los colonos estaban paralizados por el miedo a perderlo todo, y la mayoría de sus representantes se oponían intransigentemente a cualquier concesión política. Las autoridades francesas intentaron en vano ganarse los corazones y mentes mediante inversiones financiadas con el presupuesto de la metrópoli, algo que habían descuidado hasta entonces; en Argelia, esto culminó en un plan de industrialización a marchas forzadas lanzado en 1958, conocido como el Plan de Constantino. En este contexto, las empresas francesas siguieron invirtiendo hasta tarde, convencidas de que podrían quedarse y de que su actividad seguiría siendo relativamente rentable. Muchas de ellas se vieron sorprendidas por las oleadas de nacionalizaciones, sobre todo en Argelia. Los acuerdos firmados en la época de la independencia habían previsto una estrecha asociación con la economía francesa: mantenimiento de las zonas francas, de las bases militares, unión aduanera, cooperación técnica y financiera y libre circulación de capitales y mano de obra. La mayoría de estos elementos fueron cuestionados en los años 1960 y 1970. Las salidas de capital fueron muy elevadas entre 1955 y 1959 en Túnez y Marruecos, a medida que los franceses y los judíos abandonaban el país. En Argelia, las salidas de capital fueron relativamente altas desde el comienzo de la guerra en 1955, pero se dispararon entre 1961 y 1963 con el éxodo de los pieds-noirs. Aparte de la inmigración de trabajadores, las relaciones en lo que se refiere a ayuda financiera, comercio e inversión empezaron a debilitarse con rapidez. Por ejemplo, en 1960, el 70% de las importaciones de los tres países procedían de Francia; en 1970, esta proporción había descendido al 38%, al 24% en 1980 y hoy se sitúa por debajo del 15%. Del mismo modo, Francia compraba alrededor de dos tercios de las exportaciones de los tres países en 1960, algo más de una quinta parte en la década de 1980 y menos del 15% en la actualidad.

 

Los Estados Independientes

Los Estados independientes pusieron en práctica políticas nacionalistas y dirigistas que continuaban los planes de desarrollo esbozados al final del periodo colonial, al tiempo que intentaban diversificar sus relaciones económicas y políticas internacionales. Gracias a los ingresos procedentes del petróleo y el gas, que aumentaron considerablemente a partir de principios de los años 1960, Argelia emprendió una clara vía socialista, construyendo un enorme sector público productivo y social; Túnez tomó un camino intermedio y Marruecos siguió una senda más conservadora y prooccidental. La decisión de arabizar la educación se tomó antes en Argelia que en los otros dos países, donde no se implantó hasta la década de 1980. Sin embargo, incluso en Marruecos, la marroquinización de los años 1970 exigía que las empresas estuvieran participadas al 50% por capital marroquí, lo que benefició a la burguesía nacional. En todos los casos, los proyectos más ambiciosos de reforma agraria quedaron en nada. Los Estados se convirtieron en un servicio público de gran tamaño, que sustituyó con creces a los funcionarios franceses que se habían marchado. Esta contratación masiva creó una burguesía y una pequeña burguesía de funcionarios, así como una clase militar, relativamente bien remunerados, de tal modo que las desigualdades dualistas que habían prevalecido durante el periodo colonial continuaron, aunque sin la división racial.

El carácter autoritario e inigualitario de los Estados coloniales no se alteró. Cada país ha seguido construyendo su propia historia por separado, a menudo en conflicto con sus vecinos. Mientras que los recursos del Estado argelino dependen cada vez más del petróleo y el gas, Marruecos y Túnez han conseguido dotarse de una capacidad fiscal más diversificada, que les permite financiar servicios educativos y sanitarios al menos equivalentes. Estos dos últimos también están diversificando sus economías, dedicándose a la transformación agroalimentaria, a la confección durante un tiempo, al turismo y ahora a la subcontratación del sector europeo del automóvil. Entre el final del periodo colonial y 2020, Túnez cuadruplicó su renta per cápita, Marruecos la triplicó y Argelia solo la duplicó.

La liberalización y las privatizaciones de finales del siglo XX propiciaron el regreso de la inversión privada francesa y europea. Actualmente, según los datos de la Encuesta Coordinada de Inversiones Directas del Fondo Monetario Internacional, el capital francés sigue representando casi el 30% de la inversión extranjera en el Magreb. Las filiales de empresas francesas emplean a cerca de 200.000 personas. En comparación, el capital británico solo representa un 15% en Egipto (donde el capital francés se estima en un 6%).

 

Conclusión

La preservación de la soberanía en el reino de Siam, actual Tailandia, o incluso en Etiopía, recuerda que el imperialismo europeo no siempre ha desembocado en una ocupación colonial. Otras trayectorias habrían sido posibles; una Argelia bajo protectorado como en Túnez o Marruecos no habría experimentado necesariamente la misma violencia ni el mismo destino. Una autonomía como la que disfrutó Egipto durante la dominación británica también habría modificado la construcción de las instituciones en el caso de los tres países del Magreb. Sin embargo, las opciones políticas actuales no están totalmente determinadas por la historia. La Unión Europea podría tener una política más ambiciosa y abierta de cara a sus vecinos mediterráneos. Y, quién sabe, estos últimos también podrían conseguir relanzar su integración y cooperación regionales./