Autor: Eric Lonergan y Mark Blyth
Editorial: Columbia University Press
Fecha: 2020
Páginas: 194
Lugar: Nueva York

La economía del enfado

El descontento económico ha dado paso a la fragmentación política, el auge de partidos “populistas” y una polarización social taladrante. Es lo que Mark Bryth y Eric Lonergan han llamado ‘Angrynomics”, la economía del enfado.
Jorge Tamames
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Enero de 2015. En un anuncio televisado, altos cargos del Partido Popular charlan sobre la economía con el presidente Mariano Rajoy. Pese a que los indicadores señalan que España está dejando atrás lo peor de la crisis, el gobierno no parece capaz de transmitir esta noticia a los ciudadanos. “Nos ha faltado darle piel a las cifras”, concluyen a modo de autocrítica. En las elecciones celebradas en diciembre de ese año, el centro-derecha perdió un tercio de sus escaños.

¿Dilemas de un ejecutivo que apenas prestaba atención a la comunicación política? No exactamente. En 2016 se reprodujo la situación con el centro-izquierda estadounidense. Tras una campaña autocomplaciente, confiando en la recuperación económica sobre la que presidió su predecesor, la demócrata Hillary Clinton esperaba derrotar de manera holgada a un Donald Trump radical y bruto. Pero el futuro le deparaba otros planes. Tanto en España como en Estados Unidos, el descontento económico ha dado paso a la fragmentación política, el auge de partidos “populistas” y una polarización social taladrante. Salvo excepciones, el resto de la Unión Europea se encuentra en una situación similar.

El recién publicado Angrynomics –término de difícil traducción; llamémoslo “la economía del enfado”– aborda este fenómeno estudiando sus orígenes socio-económicos. Es decir, por qué la economía política contemporánea produce sociedades tan iracundas. Los autores, Mark Blyth –catedrático de economía política en Brown University y autor de un influyente libro sobre las políticas de austeridad europeas– y Eric Lonergan –gestor de un fondo de inversiones– se han dado a conocer por sus prescripciones económicas heterodoxas. En este breve texto de divulgación –170 páginas de diálogo ágil entre ambos– las enlazan con un diagnóstico original sobre la situación de Europa y Norteamérica tras la crisis de 2008.

 

Mapa y territorio, hardware y software

Volvamos a Rajoy y Clinton. Su error fue confundir una serie de indicadores económicos con la situación real de las sociedades que gobernaban. El mapa nunca es el territorio. En el Reino Unido pre-Brexit (1980-2017), el PIB dobló su tamaño mientras los bancos de alimentos crecían un 1000%. En EEUU, una década de recuperación poscrisis no ha impedido el alza en la mortalidad de estadounidenses blancos. El crecimiento económico en España se ha distribuido de forma tan desigual que solo beneficia al 10% de las rentas más altas. Lejos de generar satisfacción, el avance económico siembra ira. “La economía se convierte en economía del enfado cuando a nivel macro el sistema se estrella y expone las brechas tapadas hasta entonces”, escriben Blyth y Lonergan. La respuesta a la crisis –complaciente con el sector financiero en EEUU, contraproducente en la Europa de la austeridad– solo aumentó la ira de quienes la sufrieron.

¿En qué consiste este enfado? Siguiendo a la filósofa Martha Nussbaum, los autores entienden la ira como una respuesta a un agravio real o percibido. La ira privada se manifiesta como trastornos individuales que acarrean sentimientos de vergüenza: depresión, ansiedad, frustración, estrés. La ira pública, por el contrario, empodera y desahoga. Su cara positiva es la indignación moral: reclamaciones legítimas ante lo que se considera una situación injusta, como los indignados con desahucios y recortes. El reverso peligroso es la identidad tribal: cuando la sociedad se balcaniza entre grupos antagónicos y la política deviene una serie de guerras culturales estériles. Tanto el auge nacionalista –español y catalán– a raíz del procés como el estilo de gobernar de Donald Trump valdrían como ejemplos de conflictos tribales enquistados.

No hay que tratar estos arranques como exabruptos primitivos, señalan los autores, sino como síntomas de errores de programación inscritos en nuestros sistemas económicos. A nivel macro, la globalización, la desigualdad, la crisis de la socialdemocracia y el vaciado de los partidos políticos han extendido el sentimiento de que el sistema no funciona y a los políticos les da igual. A nivel micro (es decir, individual), la precariedad laboral y los cambios culturales se convierten en fuentes constantes de incertidumbre y estrés. El resultado: sociedades inquietas y gobernantes que se niegan a cambiar de enfoque.

Blyth y Lonergan lanzan una batería de propuestas creativas con las que hacer de la necesidad virtud ante el “estancamiento secular” que atraviesan nuestras economías. Aprovechando que los tipos de interés se mantienen a mínimos históricos, los Estados deberían crear fondos de inversión soberanos y redistribuir sus ganancias. Un dividendo digital de los monopolios tecnológicos por emplear nuestros datos puede asentar los fundamentos de una renta básica universal. Si la deflación continúa siendo un mayor problema que la inflación, los bancos centrales deberían transferir dinero directamente a individuos y hogares. También pueden aplicar tipos de interés duales para financiar el consumo individual y una transición energética, en línea con la propuesta del historiador económico Adam Tooze.

Las medidas buscan ser transversales y evitar la oposición que generan políticas de redistribución más explícitas. De esta manera, sirven para aplacar tanto las fuentes de ira como la polarización social. Lo que no está claro es que este razonamiento case con la tesis central del libro. Si nuestras sociedades están enfadadas y buscan –a veces con razón, otras sin ella– retribución, ¿tiene sentido diseñar medidas que evitan incomodar a los principales beneficiarios del statu quo? Si el FMI defiende un impuesto sobre la riqueza, tal vez no tenga sentido descartarlo por radical.

Así, y aunque las prescripciones de Blyth y Lonergan son sugerentes, lo más valioso en Angrynomics es cómo llegan a ellas. Destaca el capítulo dedicado a comprender la macroeconomía contemporánea a través de la tríada compuesta por Karl Polanyi, John Maynard Keynes y Michal Kalecki: tres economistas que supieron anticiparse a las crisis del capitalismo en la primera –y, en el caso de Kalecki, segunda– mitad del siglo XX. El capítulo desarrolla un análisis útil del capitalismo como combinación de hardware –instituciones políticas y económicas específicas– y software –las ideas que las rigen–, que Blyth desarrolló junto al profesor de London School of Economics Jonathan Hopkin. También destacan los debates sobre inteligencia artificial ­–menos revolucionaria de lo que se suele creer–, transformaciones demográficas y tensiones intergeneracionales.

Combinar economía y psicología ha producido ensayos clásicos pero también desastres muy lucrativos. Como ejemplo de lo primero está la Teoría de los sentimientos morales que Adam Smith escribió antes de publicar La riqueza de las naciones; como ejemplo de lo segundo, Freakonomics. El temor de este reseñista es que el libro de Blyth y Lonergan entrase en esta última categoría. Afortunadamente no es así: se trata de un texto ameno e inteligente que, como señala Financial Times, ha conseguido aumentar su vigencia tras la pandemia del Covid-19. En la medida en que las sociedades que salen del confinamiento en Europa parecen aún más enfadadas y polarizadas de lo habitual, Angrynomics es una lectura urgente.