Los desheredados. España y las huellas del exilio. Henry Kamen. Madrid: Aguilar, 2007. Idealistas bajo las balas: corresponsales extranjeros en la guerra de España. Paul Preston. Barcelona: Debate, 2007.
Son menos exiliados que nosotros quienes nos echan de nuestro país?”. La respuesta a esa pregunta, planteada hace dos generaciones por el físico y escritor español Gregorio Marañón, ofrece una de las claves de la historia moderna de un país que durante cinco siglos ha sido responsable de una fascinante y considerable contribución a la cultura europea. Durante los siete siglos previos presenció uno de los cruces de culturas más destacados y fértiles que el mundo ha conocido: Al Andalus, que no siempre fue sinónimo de convivencia, pero preparó el terreno para un intercambio excepcional de ideas y estilos de arte entre musulmanes, judíos y cristianos; entre árabes, bereberes, visigodos e íberos. En la Europa actual apreciamos el aire seductor del poderoso aroma de la cocina española, la cruda realidad plasmada por sus pintores, la evocación cautivadora de su música, el esplendor de la Alhambra. Pero, ¿cuántos somos conscientes de la parte de este legado que se le debe a los españoles que fueron obligados bien a abandonar su país o a vivir como exiliados en su propia tierra?
La grandeza de Francia e Inglaterra se ha construido sobre la base de la aceptación de los refugiados. Los emigrantes desempeñaron un papel fundamental en la historia de Irlanda, Escocia y Rusia, pero la emigración española fue fruto de la naturaleza de la sociedad española, particularmente dividida, en un país que en apariencia era incapaz de tolerar a su propia gente. Entre 1492 y 1939, España se libró de sus judíos, sus moros, sus protestantes, sus jesuitas, sus liberales afrancesados, sus reyes, sus generales, sus socialistas y sus anarquistas. El milagro actual…