Cuatro fenómenos interrelacionados explican el mundo en que vivimos. El primero es el auge de las ciudades, donde habita el 54% de la población mundial. La tendencia no ha parado de crecer desde 1945. Llegará al 66% antes de 2050, según los datos de las Naciones Unidas. Las ciudades se han convertido en metrópolis propias de los cómics de superhéroes y no en espacios habitables a escala humana. Antes solo Nueva York, Mumbai o México DF parecían inaccesibles. En 1990, únicamente 10 ciudades contaban con más de 10 millones de habitantes. Hoy son ya 28 megaurbes. Entre todas congregan 453 millones de habitantes, que apalancan capital y acumulan nuevos problemas de gestión de residuos, energía, vivienda o transporte.
El segundo es la escasez de recursos. Los Estados han visto mermada su capacidad de influencia y de efectividad. Sin dinero y sin propuestas, el mundo global lleva a un entorno en el que las ciudades, las corporaciones, los individuos o las religiones acaparan la capacidad de producir, distribuir y promover las ideas que rigen el sistema internacional. Las redes sociales han acelerado esta sensación de multiplicación de las fuentes de legitimidad para la acción internacional, ya que las barreras geográficas se han diluido. Quien tiene los recursos y los moviliza puede actuar de forma decidida en los asuntos públicos.
El tercer elemento es la vida digital. La comida, el dinero, la amistad, la participación política, los medios de pago, el transporte o los hoteles, todo es digital. El móvil ha transmutado en una suerte de dispositivo que permite llamar, escribir, fotografiar, comprar o tomar decisiones. Según la Unión Internacional de Telecomunicaciones, en 15 años se ha multiplicado por 10 el número de abonados a líneas móviles. Se calcula que ya supera los 7.000 millones de dispositivos. En el mismo periodo, el…