De nuevo se abre en la Comunidad Europea un gran debate que enfrenta en esa ocasión a defensores y enemigos de la supranacionalidad. Pero hay en este caso una novedad: quizás por primera vez se debate un gran problema económico, que gira alrededor de estas falsas nociones, de estas abstracciones simplificadas, de estos contrastes jamás llevados a la práctica, y solamente reflejados en algunas obras de economistas que viven alejados de la vida real de los negocios, en torno a doctrinas de proteccionismo o libre cambio. Otro nuevo elemento es el que permite, a un usuario del Tratado de Roma, hacer uso de su libertad de expresión: los industriales, para quienes fue concebido el principio del Tratado de Roma, raramente expresan sus opiniones, y cuando hablan, lo hacen suelen recurrir a la más respetuosa prudencia.
Cuando vemos la fábrica de Peugeot en Sochaux, o la de Citroën en Rennes, nos preguntamos dónde se encuentra hoy la Comunidad Europea. Yo diría que la CE no es víctima de sus fracasos; su riesgo le llevaría paradójicamente, a ser víctima de sus éxitos. Así sé ve la Europa de los Doce desde el exterior, aunque la CE crea haber llegado al techo de los progresos que su anterior lógica le permiten. Analicemos brevemente la construcción del mercado interior y de las relaciones de la Comunidad y del resto del mundo. La Comunidad, por lo que respecta al automóvil, depende del futuro del Mercado Interior. Hoy ese mercado representa una parte esencial de las ventas de los fabricantes (75 por cien). La desaparición de las fronteras reales y la eliminación casi total de formalidades, es un hecho. El sistema fiscal es neutro.
La competencia verdadera procede del exterior del Mercado Interior. La implantación comercial de Peugeot y de Citroën se extiende al mundo entero….