En los dos últimos años se han producido grandes avances en la apreciación del papel que desempeña la cultura y, en concreto, las posibilidades que ofrecen los institutos nacionales de cultura en las relaciones exteriores de la Unión Europea. Los cambios de los últimos 30 años en las relaciones internacionales son de tal profundidad que la misma expresión “relaciones internacionales” está cambiando de significado. Los omnipresentes términos “globalización” y “global” son a menudo una socorrida muletilla que evita a quienes los utilizan la necesidad de tener que hacerse plenamente cargo de la magnitud del cambio y sus implicaciones. La profusión de innovaciones tecnológicas, añadida a la caída de la Unión Soviética y al espectacular auge económico de numerosos países, en particular en Asia, está haciendo converger a la humanidad, a escala planetaria, en términos de entorno inmediato y aspiraciones vitales.
La actual situación confiere una creciente influencia a agentes no estatales en la esfera de las relaciones exteriores. Por el contrario, los gobiernos encuentran cada vez mayores dificultades para obtener resultados prácticos, en términos de influencia y relevancia, mediante el uso de los instrumentos diplomáticos tradicionales. En este nuevo contexto, la coerción resulta con frecuencia menos eficaz que la persuasión y las redes colaborativas civiles cobran una creciente importancia. Esto favorece en buena medida a los actores internacionales como la UE, cuya acción exterior está estrechamente asociada a la cooperación y la persuasión. Esa ventaja debe permitir a la Unión asegurarse un papel de peso en la cada vez más nutrida agenda global y mantener intacta, cuando no aumentar, su capacidad de contribuir a la transformación del entorno internacional de conformidad con sus valores y principios. La UE debería tener clara conciencia de cuáles son los recursos de poder blando que posee y emplearlos dentro de una estrategia exterior formulada…