Desde octubre, Líbano ha estado al borde de una guerra total. Un día después de que Hamás llevara a cabo su devastador ataque contra Israel el 7 de octubre, la poderosa milicia libanesa Hezbolá también lanzó ataques al otro lado de la frontera entre Líbano e Israel “en solidaridad con el pueblo palestino”. Desde entonces, Israel y Hezbolá se han enfrentado casi a diario, desplazando a decenas de miles de personas de las comunidades fronterizas tanto del norte de Israel como del sur de Líbano. Aunque fue Hezbolá quien disparó primero, Israel ha contraatacado con dureza. De hecho, las autoridades israelíes han considerado públicamente la posibilidad de hacer aún más para destruir las capacidades militares de Hezbolá, con el fin de enviar a casa sanos y salvos a los ciudadanos israelíes desplazados.
Durante estos meses, dos preguntas han cobrado gran importancia. ¿Qué podría poner fin al conflicto actual, que ha dejado en ruinas algunas zonas del sur de Líbano? O bien, ¿están destinados los enfrentamientos fronterizos no solo a continuar, sino a extenderse al resto del país, y posiblemente más allá de sus fronteras?
Hasta ahora, mientras los divididos dirigentes israelíes dudan entre distintas opciones para restablecer la seguridad en su frontera septentrional, la postura de Hezbolá se ha mantenido relativamente clara. Seguirá luchando hasta que Israel ponga fin a su agresión contra Gaza; si Israel lo hace, entonces se retirará. Hezbolá se ha decantado por este planteamiento teniendo en cuenta diversas consideraciones estratégicas, y sin necesidad de consultar ni al gobierno ni a la opinión pública de Líbano. Sin embargo, incluso con este nivel de autonomía en la toma de decisiones, Hezbolá debe tener en cuenta cómo afectaría a los asediados libaneses una guerra continuada o incluso ampliada, ya que el país atraviesa una crisis económica sin precedentes.
Un delicado equilibrio
Desde octubre, Hezbolá ha proseguido sus operaciones transfronterizas contra Israel por diversas razones estratégicas. Públicamente, ha subrayado la importancia de mantener un “segundo frente” a lo largo de la frontera septentrional israelí que, según afirma, desvía los recursos y la atención del otro frente de Israel: su asedio y ataque continuados a Gaza. Por este motivo, Hezbolá ha subrayado que no abandonará los enfrentamientos hasta que Israel “ponga fin a su agresión” contra Gaza. La solidaridad con la causa palestina es un pilar ideológico central del “eje de resistencia”, la vaga alianza de actores no estatales respaldados por Irán que incluye a Hezbolá y Hamás. En consecuencia, es probable que Hezbolá se sintiera obligada a entrar en la contienda militar después del 7 de octubre, aunque al parecer no tuviera conocimiento previo de los ataques de Hamás.
Hezbolá también ha seguido luchando contra Israel por sus propias inquietudes existenciales. En concreto, se esfuerza por mantener un estado de disuasión mutua, en el que ambas partes consideran que los costes probables de una guerra a gran escala superarían los posibles beneficios. Este delicado equilibrio entre Hezbolá e Israel persiste desde el verano de 2006, cuando libraron por última vez un conflicto abierto y catastrófico. Hasta ahora, ambas partes seguían unas “reglas del juego” no escritas, que establecían límites informales sobre los tipos de operaciones militares que podían tener lugar sin desencadenar una escalada grave. Pero la disuasión solo funciona si cada parte convence a la otra de que, si estalla un conflicto a gran escala, no dará marcha atrás. Es posible que Hezbolá haya iniciado el conflicto actual por motivos ideológicos, pero eso no significa que quisiera la dinámica progresiva del ojo por ojo a la que esto ha dado pie. Ahora que la batalla ha empezado, Hezbolá probablemente tema que, si no sigue tomando represalias ante los continuos ataques transfronterizos de Israel, esto puede enviar una señal de debilidad y de que ya no representa una amenaza disuasoria seria para Israel.
Al mismo tiempo, Hezbolá ha tomado medidas deliberadas para evitar que los enfrentamientos fronterizos desemboquen en una guerra total. Aunque Israel también ha intentado contener el conflicto, varias de sus operaciones dentro de Líbano han desatado el temor generalizado de que Hezbolá responda con dureza. En enero, Israel provocó una alarma generalizada al matar en Beirut a Saleh al Aruri, jefe adjunto de Hamás. Incluso antes de que comenzara el conflicto, el secretario general de Hezbolá, Hassan Nasralá, había advertido a Israel de que no atacase a personas no libanesas (incluidos miembros de Hamás) en territorio libanés. Es más, el ataque se produjo a unos 100 kilómetros de la frontera (la zona de conflicto generalmente aceptada por ambas partes), en una parte de Beirut donde viven principalmente partidarios de Hezbolá. No obstante, el grupo optó por una respuesta bastante moderada: atacó dos objetivos militares, situados más adentro en territorio israelí, pero lejos de los principales centros urbanos.
La reacción a los daños causados a civiles es otra cuestión en la que las represalias de Hezbolá han sido comedidas hasta ahora. Desde que se inició el conflicto, ha quedado claro que matar civiles es una posible “línea roja” para ambas partes. De hecho, el 3 de noviembre, Nasralá insinuó explícitamente que Hezbolá podría atacar a un civil israelí por cada no combatiente muerto en el bando libanés. Sin embargo, cuando los ataques israelíes mataron a cuatro civiles pocos días después, Hezbolá no cumplió su amenaza. Israel volvió a poner a prueba la determinación del partido el 14 de febrero, cuando unos ataques aéreos sobre el sur de Líbano mataron a 10 civiles, entre ellos cinco niños. Dos días después, Nasralá advirtió de que Israel pagaría “con sangre” la muerte de los civiles. Hasta ahora, sin embargo, el partido no ha cumplido la amenaza de Nasralá de “civil por civil” que –de llevarse a cabo– desencadenaría casi con total seguridad una furibunda respuesta israelí.
Irónicamente, Hezbolá ha actuado con cierta moderación, en gran medida, por las mismas razones por las que ha seguido luchando: quiere mantener su posición actual de cara a Israel. Hezbolá considera valioso negarse a retroceder no sólo para seguir apoyando a Gaza, sino también para mantener su amenaza disuasoria contra Israel. Al mismo tiempo, Hezbolá reconoce que una guerra ampliada con Israel supondría graves riesgos para el poder militar de la organización. Israel ya ha atacado torres de vigilancia, centros de mando y personal de Hezbolá en el sur del Líbano, y está atacando cada vez más combatientes y lugares asociados al grupo en el valle de la Bekaa. Una campaña militar ampliada permitiría que Israel atacara otros activos de importancia estratégica, al tiempo que obligaría a Hezbolá a agotar gran parte de su actual arsenal de armas en represalia.
Estas consecuencias negativas no solo afectarían a Hezbolá, sino también a Irán, su principal patrocinador y estrecho aliado. Durante décadas, Irán ha invertido en el rearme de Hezbolá como parte de su estrategia de “defensa avanzada” para la seguridad nacional. Con este planteamiento, Teherán ha desarrollado la capacidad militar de Hezbolá para disuadir a Israel recordándole que, si ataca directamente a Irán, deberá esperar una represalia masiva desde el interior de Líbano. Está claro que Hezbolá ya no podría prestar este valioso servicio a Irán si se viera obligado a utilizar muchas de esas armas en una guerra total con Israel en las circunstancias actuales, cuando Irán ha señalado que no está dispuesto a entrar en guerra.
El precio interno
Al sopesar estos cálculos estratégicos, Hezbolá se beneficia de una autonomía virtual dentro de Líbano, debido a su omnipresente influencia política y militar. Como partido político poderoso, Hezbolá (junto con sus aliados) cuenta con una fuerte representación en el Parlamento libanés, así como en el gobierno provisional. Pero la política convencional por sí sola no explica por qué Hezbolá puede perseguir objetivos militares desde el interior de Líbano sin necesitar el permiso del gobierno. El grupo dispone de un enorme arsenal de armas, con unos 150.000 misiles, y cuenta con la lealtad de decenas de miles de combatientes. Hezbolá ha respondido violentamente a los intentos del gobierno de limitar su autonomía. En mayo de 2008, por ejemplo, algunos combatientes se enzarzaron en refriegas por todo Líbano tras un intento del gobierno de prohibir la red independiente de cable de fibra óptica del grupo. Si las Fuerzas Armadas Libanesas se atrevieran ahora a enfrentarse a Hezbolá por sus actividades militares, es casi seguro que el ejército se desintegraría siguiendo líneas sectarias.
En estas circunstancias, Hezbolá no se ve obligado a atender los llamamientos internos a la moderación a lo largo de la frontera. El primer ministro interino de Líbano, Nayib Mikati, ha reconocido que el gobierno no puede controlar la toma de decisiones de Hezbolá. “Está claro que la decisión no está en manos del gobierno”, declaraba un alto asesor de Mikati a finales de octubre. “(Pero Mikati) procura que los intereses (nacionales) de Líbano ocupen un lugar prominente en el pensamiento de Hezbolá”. Frente a un gobierno sin poder y un movimiento de oposición fracturado, que incluye a los enemigos históricos, Hezbolá tiene poco de qué preocuparse a la hora de llevar adelante su programa. Los principales partidos de la oposición le han reclamado con firmeza que detenga los combates, y el jefe de las Fuerzas Libanesas, Samir Geagea, ha llegado a decir que Hezbolá –y no el Estado– debería pagar los proyectos de reconstrucción de posguerra en el Sur. Hezbolá ni siquiera se molesta en responder a estos argumentos.
Sin embargo, es muy consciente del grave sufrimiento que padecen los residentes del sur de Líbano, muchos de los cuales están entre sus más fervientes partidarios. Los ataques israelíes ya han causado una destrucción generalizada y han obligado a la mayoría de los que viven cerca de la frontera a huir de sus hogares. En febrero, aproximadamente 86.000 personas habían sido desplazadas, y el 80% dependía indefinidamente de la generosidad de las familias de acogida, según cifras de Naciones Unidas. (Como se comenta más adelante, decenas de miles de personas también han sido desplazadas en el lado israelí de la frontera). Por otra parte, Israel sigue atacando las comunidades evacuadas con misiles y fuego de artillería, complicando y tal vez impidiendo el futuro regreso de los desplazados. Los cálculos actuales indican que, de media, el 10% de las casas de los pueblos fronterizos libaneses han sufrido daños desde octubre, por no hablar de los lugares de trabajo y las infraestructuras públicas. Los agricultores han perdido grandes extensiones de tierra y bienes agrícolas como olivos, destruidos en incendios provocados por los intensos bombardeos israelíes.
El gobierno libanés, con sus escasos recursos, no puede aliviar significativamente las penurias de los desplazados. En octubre, el ejecutivo provisional anunciaba un plan nacional de respuesta de emergencia, por un valor de unos 400 millones de dólares, pero poco después reveló que tenía dificultades para conseguir financiación. Finalmente, el Ministerio de Asuntos Sociales puso en marcha un programa de pagos únicos de solo 20-25 dólares para los desplazados. Los desembolsos en efectivo solo pudieron adjudicarse a 18.647 de ellos, es decir, poco más del 20%. “Hay que admitir que nuestra respuesta es insuficiente”, declaraba el ministro de Asuntos Sociales, Héctor Hajjar, a los medios de comunicación locales. “Pero con un presupuesto cero, algo es algo”.
Los refugios gestionados por el gobierno no han tenido más éxito. En Israel, muchos de los aproximadamente 100.000 residentes desplazados del norte se alojan indefinidamente en hoteles financiados por el Estado. En cambio, las estadísticas de la ONU indican que solo el 1% de los desplazados en Líbano utilizan instalaciones públicas de acogida, mientras que el 15% paga de su bolsillo el alquiler de un alojamiento alternativo. Las comunidades locales se han movilizado para apoyar a los desplazados. Sin embargo, estas soluciones ad hoc tienen un alto precio para estos buenos samaritanos, muchos de los cuales tienen dificultades para llegar a fin de mes en medio de la crisis económica de Líbano.
Los mensajes públicos de Hezbolá indican que es muy consciente de los recelos que despierta su campaña militar y trata de no dar la impresión de que se ha enfrentado a Israel por sus propios fines estratégicos. En sus discursos, Nasralá ha alabado los sacrificios realizados por los residentes del Sur, alegando que “el pueblo libanés debe sentirse solidario (con ellos)”. Hezbolá ha intentado hacerse con una base de apoyo en todo el país presentándose como un actor de la resistencia nacional. “Líbano no está lejos de la Franja de Gaza”, explicaba un alto cargo de Hezbolá. “Lo mismo que está ocurriendo allí, podría ocurrir aquí”.
Hezbolá también ha conseguido un respaldo público más amplio al vincular los enfrentamientos fronterizos con el apoyo a la causa palestina. En su primer discurso tras el conflicto, Nasralá subrayó que Hamás planeó los atentados del 7 de octubre sin la participación de Hezbolá ni de Irán. “Hezbolá se ha cuidado mucho de poner un rostro suní a esta guerra”, afirmaba el politólogo Jalil Jebara, aludiendo al hecho de que Hamás es una organización musulmana suní, mientras que Hezbolá representa a la comunidad chií libanesa. Estas consideraciones sectarias tienen importancia en Líbano, donde los detractores de Hezbolá alegan con frecuencia que el grupo da prioridad a los intereses chiíes sobre los nacionales. El partido también señala que los enfrentamientos fronterizos son esenciales para defender a los palestinos, y describe a cada combatiente caído de Hezbolá como muerto “en el camino a Jerusalén”. Este planteamiento reconoce la popularidad de la causa palestina entre los libaneses, un punto de vista que trasciende la mayoría de las divisiones sectarias. El Washington Institute, un grupo de reflexión estadounidense proisraelí, informaba a finales de 2023 de que el 79% de los libaneses entrevistados tenía una opinión positiva de Hamás.
Sin embargo, aunque la mayoría de los libaneses condenan el ataque de Israel a Gaza, muchos parecen oponerse a la participación directa de Líbano en el conflicto. Hasta la fecha, Hezbolá solo ha recibido el apoyo incondicional de algunos grupos. Su principal aliado político chií, el Movimiento Amal, ha enviado combatientes a participar en la batalla junto a Hezbolá y sus aliados palestinos. Múltiples grupos suníes libaneses, como las Fuerzas Fajr, también han anunciado su disposición a unirse a los enfrentamientos fronterizos. Sin embargo, muchos libaneses siguen sin estar convencidos. Según el estudio del Washington Institute, el 74% de los entrevistados cristianos y el 66% de los suníes afirmaban que Líbano debía mantenerse al margen de las guerras extranjeras, debido a sus actuales crisis internas (el 27% de los participantes chiíes estaban de acuerdo). En un sondeo llevado a cabo en octubre, un periódico afín a Hezbolá informaba de que el 47,8% de los libaneses se oponían a que Israel siguiera participando militarmente en la frontera, y casi el 70% se posicionaba en contra de una guerra ampliada. “Habría que estar muy implicado ideológicamente (en apoyo de la causa palestina) para aceptar la guerra en Líbano en defensa de Hamás”, sostenía Jebara. Incluso dentro de la comunidad chií libanesa se han producido disensiones públicas ocasionales, con varios grupos pequeños que han adoptado una postura contraria a la guerra.
Hezbolá no solo atrae a sus seguidores con proclamas de resistencia contra Israel y defensa de la frontera. En medio de la disfunción del Estado, se presenta como una entidad capaz de satisfacer necesidades básicas de la comunidad chií libanesa.
Aunque Hezbolá puede proseguir su campaña militar contra Israel incluso entre murmullos de disidencia pública, sabe que este rumbo podría tener un precio político considerable. Hezbolá no solo atrae a sus seguidores con proclamas de resistencia contra Israel y defensa de las fronteras libanesas. En medio de la prolongada disfunción del Estado libanés, también se presenta como una entidad capaz de satisfacer necesidades básicas como la sanidad y la educación de la comunidad chií libanesa, de la que obtiene su legitimidad política. Los continuos enfrentamientos fronterizos siguen obligando a los residentes del sur de Líbano, muchos de los cuales son chiíes libaneses, a vivir en circunstancias precarias. Los dirigentes de Hezbolá no se enfrentarán a un desafío interno, aunque el Sur siga siendo una zona de guerra. Sin embargo, mantener la situación actual obligaría a los desplazados a seguir confiando en su compromiso con la causa ideológica de Hezbolá, aunque el partido se muestre incapaz de impedir los devastadores ataques israelíes contra sus comunidades.
El desastre de una guerra ampliada
La preocupación de Hezbolá por su atractivo popular aumentaría probablemente si los actuales enfrentamientos fronterizos se ampliaran hasta convertirse en una guerra total. En 2006, cuando los bandos se enfrentaron por última vez en un conflicto a gran escala, el país pagó un alto precio. El bombardeo israelí sobre Líbano se cobró la vida de más de 1.000 personas en solo 33 días. En comparación, 171 habían muerto en los primeros cuatro meses del conflicto actual, según cifras del gobierno libanés. La campaña militar israelí destruyó viviendas, empresas e infraestructuras públicas clave en todo el país, al tiempo que imponía un bloqueo aéreo y naval general. Esta última táctica provocó escasez de alimentos y combustible, lo que generó enormes subidas de precios de los productos básicos a medida que surgía una economía sumergida de guerra.
Aunque el gobierno empezó a planificar una posible escalada masiva en octubre, se enfrenta a retos endémicos de un país en plena crisis. En octubre, el ministro de Economía, Amin Salam, lamentaba la histórica falta de planificación del Estado para hacer frente a la escasez de recursos, señalando que Líbano solo cuenta con un gran centro de almacenamiento de cereales: los silos del puerto de Beirut, que quedaron destruidos en gran parte a causa de una catastrófica explosión en agosto de 2020. En este contexto, es poco probable que las reservas de combustible y cereales puedan durar mucho más de un par de meses.
Para empeorar las cosas para Hezbolá, la comunidad chií sería la primera en sufrir las consecuencias de un conflicto a gran escala, y no solo los habitantes del sur de Líbano. En 2006, Israel centró sus bombardeos en las zonas de mayoría chií del sur del país, el valle de la Bekaa y Beirut. Israel justificó la selección de estos objetivos alegando que allí se encontraba supuestamente el arsenal de armas de Hezbolá, gran parte del cual supuestamente mantiene oculto dentro de sus comunidades civiles. En una guerra ampliada, es casi seguro que Israel volvería a atacar estos lugares, probablemente con mayor intensidad que hace casi 18 años. Israel también atacaría probablemente los suburbios del sur de Beirut, densamente poblados, algo que, aparte de la precisa operación para asesinar al líder de Hamás, Aruri, en enero, ha evitado hacer hasta ahora. Por supuesto, los partidarios más entregados de Hezbolá estarían más dispuestos que otros a soportar las terribles consecuencias de una guerra ampliada. Si esta se produjera, necesitarán toda la firmeza de la que puedan hacer acopio.
Aunque Hezbolá culparía sin duda a Israel (y a su patrocinador, Estados Unidos) de esa catástrofe, muchos libaneses afectados no aceptarían esos argumentos. Tal y como están las cosas, Líbano tendría opciones muy limitadas para la reconstrucción tras una guerra dañina y total. Cuando Hezbolá e Israel cesaron las hostilidades en 2006, llegó al país una avalancha de dinero procedente de los Estados árabes del Golfo e Irán, que financiaron proyectos humanitarios y de desarrollo en las zonas devastadas por la guerra. La ayuda contribuyó a mitigar la frustración pública por el coste del conflicto. Pero los tiempos han cambiado, arrojando serias dudas sobre ambas fuentes de ayuda. Arabia Saudí y sus vecinos, antaño generosos benefactores, se han abstenido cada vez más de proporcionar fondos a Líbano. Sus principales motivos son la creciente influencia de Hezbolá en los asuntos libaneses y la ineficacia de los proyectos de financiación anteriores para obtener resultados positivos, tanto para Líbano como para el Golfo.
Tal y como están las cosas, parece poco probable que los Estados árabes del Golfo contribuyan a la reconstrucción de Líbano con la misma generosidad que antes. Aunque Irán no tiene reparos en cuanto a la influencia de Hezbolá dentro de Líbano, su economía, afectada por las sanciones, carece del músculo financiero necesario para llevar a cabo una recuperación de posguerra. Estas circunstancias obligarían a muchos libaneses a buscar su propia financiación para reconstruir sus propiedades, una perspectiva aún menos atractiva que en 2006, una época de relativa prosperidad económica.
Conclusión
Hezbolá por sí sola no decidirá el destino de los actuales enfrentamientos fronterizos. En cualquier momento, Israel podría forzar la mano de Hezbolá ampliando masivamente sus operaciones militares, empujando el conflicto hacia una guerra total. “Si Israel quiere iniciar una guerra total, está bien: estamos preparados”, declaraba Naim Qassem, vicesecretario general de Hezbolá. “Los costes de la rendición son mayores que los del enfrentamiento”.
Si llegara ese momento, Hezbolá, al igual que ahora, no necesita consultar a la opinión pública sobre qué hacer. Sin embargo, sabe muy bien que la mayoría de los hogares libaneses no están en condiciones de soportar una guerra brutal. A pesar de sus diversas justificaciones, preferiría evitar cargar con la culpa de catapultar a Líbano –ya asolado por crisis económica y política– a un nuevo nivel de profunda miseria./