Desde antes de llegar a la Casa Blanca, la migración ha sido el caballo de batalla de Donald Trump. Haciendo uso de un discurso antiinmigrante, racista y criminalizador, el magnate logró atraer a los estadounidenses que se sentían traicionados por el sistema y la atención de los medios de comunicación, que de manera casi unánime siguieron la agenda dictada por el hoy presidente de Estados Unidos. Aunque en un inicio su violencia verbal parecía una artimaña electoral, tan pronto llegó a la presidencia, Trump continuó con la línea que le ha dado espacio televisivo. A lo largo de 2018 hemos visto imágenes que se repiten en bucle: la niña que llora mientras un agente de inmigración revisa a su madre para detenerla en la frontera entre México y Tejas; niños migrantes en jaulas esperando su traslado a un albergue; familias recibidas con gas lacrimógeno y balas de goma desde EEUU en la línea fronteriza con Tijuana… Estas acciones tienen un fuerte impacto mediático y se reproducen en conversaciones y tertulias, pero no son del todo nuevas. En sentido estricto, desde el inicio de la administración Trump no ha habido cambios en la legislación sobre inmigración. Durante un año y medio, el presidente ha impulsado medidas y programas que le han garantizado un buen nivel de popularidad, abonando el terreno para que, en las elecciones de mitad de mandato, el Congreso continuara en manos de los republicanos. Sin embargo, la separación de poderes, el sistema de contrapesos estadounidense –que nunca había estado tan a prueba como ahora– no se lo ha permitido.
Entre las propuestas de Trump se encontraban la contratación de 15.000 agentes adicionales para la patrulla fronteriza –que actualmente cuenta con unos 20.000– y la construcción de un muro en la frontera entre EEUU y México. Ambas han sido…