En su alocución durante la clausura del XII Congreso de la Unión de Jóvenes Comunistas en abril de 2024, el presidente de la República de Cuba, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, presentaba un diagnóstico certero sobre la delicada situación social y económica del país insular: “…con sus terribles consecuencias para el país, incluyendo el estímulo a la emigración que se ha llevado a tantos amigos y familiares y, con ellos, entrañables pedazos de la nación que somos. El gran mérito de la juventud cubana que vive, estudia y trabaja aquí en medio de los problemas del transporte, los apagones, la inflación y otros males asociados a problemas propios de nuestras insuficiencias, es que saltan por encima de todo eso y salen todos los días a pelear…”.
Desde el punto de vista ideológico y político, las probables respuestas para hacer frente a los inconvenientes enumerados por el primer mandatario cubano pueden lógicamente diferir entre eventuales proponentes. Sin embargo, este extracto de su discurso tiene el mérito claro de, aunque con naturales matices, reconoce lo que es a todas luces indubitable: el país caribeño atraviesa una crisis oscurecida en el panorama internacional por otras urgencias geopolíticas. Las autoridades cubanas hace tiempo que abandonaron cualquier atisbo de negacionismo sobre la profundidad de los aprietos que atraviesa la economía insular e intentan, con escaso éxito, explicar a la ciudadanía las políticas públicas que están llevando a cabo para morigerarlos.
El deterioro en la calidad de vida de los ciudadanos cubanos se evidencia en elementos concretos. Todos ellos se encuentran derivados de la ausencia de divisas (moneda extranjera). Esto ha provocado una crisis enraizada con carácter multidimensional. En primer lugar, se encuentran los constantes apagones que afectan, como es posible suponer, a distintos sectores de la economía: la producción agropecuaria, la limitada industria y el sector turístico…